
La crisis económica golpea con especial crudeza a los medios de comunicación, especialmente a la prensa escrita (periódicos y revistas). En pos de la publicidad, estos medios ceden, cada vez con mayor frecuencia, sus espacios más visibles a los anunciantes, multiplicando lo que ya venía siendo una tendencia. Es frecuente encontrarse últimas páginas que ya no son contraportadas, sino anuncios a toda plana. Hay incluso hasta alguna primera página que se concibe a modo de escaparate publicitario. Otros periódicos de referencia no tienen empacho en publicar grandes encartes pagados, algo hasta no hace mucho impensable en determinadas cabeceras, Y, por supuesto, las páginas impares, aquellas más golosas para los anuncios porque son las primeras en las que se detienen nuestros ojos cuando miramos una revista o un rotativo, son espacio preferente para la publicidad (que también paga más por ocupar estos lugares, por supuesto). Los medios renuncian a escribir sus historias en estas páginas para que sean otros los que escriban las suyas: historias de perfumes, de coches, de cruceros allende los mares. Y nosotros, los lectores, ¿cuántas veces renunciamos también a escribir las historias de nuestras vidas para que sean otros quienes redacten las páginas impares, las más interesantes, de nuestras existencias?