
«Estimado Paul Auster. Sus libros siempre me hacen pensar en los complejos vericuetos de la identidad humana, que usted con tanta maestría describe, y desde planos tan distintos. Creo recordar que es en su libro semibiográfico El Palacio de la Luna donde uno de los personajes habla de que en alguna parte, en algún lado, vive un tipo igual que él, o que yo, o que usted, que posiblemente se llame igual que usted, o que yo, y tenga el mismo rostro y quizá piense lo mismo. O piense totalmente distinto pese a ser en apariencia tan iguales. Un amigo me contó hace mucho, cuando éramos adolescentes, en la edad del dolor, la siguiente pesadilla: perseguía, entre brumas, a un individuo de aspecto fantasmagórico y enmascarado, por los pasillos en penumbra del colegio donde estudiaba; le atrapaba, caían rodando al suelo y mi amigo le acababa golpeando la cabeza con un melón, o una sandía; qué extraño desenlace. Al quitarle la máscara, descubrió que el tipo fantasmagórico, desvanecido, tenía su misma cara. Nuestro principal enemigo está en nuestro interior.»