Mi Cleo

Mi madre, en 1988, con 49 años
Mi madre

Mi Cleo salió de su pueblecito segoviano cuando era una cría y se vino a la gran capital a servir en casas de señores pudientes de las barriadas acomodadas, hasta que se casó con mi padre y dejó esa labor para dedicarse a sus labores. Era cocinera, pero también cuidaba de los niños de las casas que atendía.

Siempre he pensado cómo sería con los niños de sus patronos, y seguro que siempre fue con ellos como fue luego con nosotros: atenta, dulce, generosa y cariñosa. No podía ser de otra forma, porque esa era su naturaleza, la naturaleza sencilla de la gente que parece que no hace nada, o eso se piensan, y que en realidad son quienes sostienen este mundo y lo dotan de cobijo y calor. Pienso mucho en ella, y más a raíz de ver esa película tan cargada de emoción contenida como es Roma, del director mexicano Alfonso Cuarón, tan llena de color a pesar de estar rodada en blanquinegro, que se inspira en la figura de la criada de la casa que cuidó de Cuarón cuando era un crío.

La que fue Cleo para otros se llamaba Felicitas, Liz para su familia. Añoro mucho a mi madre. Su ternura, su dulzura, su amor, su saber estar; su inteligencia detrás de su mirada limpia, clara y sin dobleces, que me sigue acompañando como si siguiera aquí. Seguro que también los niños a los que cuidó, a los que jamás podré conocer, tampoco la habrán olvidado.

Mutis por el foro

José Sócrates
José Sócrates

Tres han hecho, o les han hecho hacer, mutis por el foro en la jornada de ayer. La primera en irse, la actriz Elizabeth Taylor, una clásica de la gran pantalla que llegó al final del camino. Mi madre, que también se marchó hace unos meses, se llamaba Felicitas, pero en su familia la conocían como Liz, no sé si por compartir con la primera unos ojos indescriptibles. Otros que hacen (de momento) mutis por el foro: el Supremo echa de la pista a Sortu, la nueva marca de la izquierda abertzale, por considerar que su actuación no es sincera y que son meros herederos de Batasuna. El tercero en salir por la puerta fue el primer ministro de Portugal, José Sócrates (tiene cierta apostura de actor este hombre), en un honroso gesto después de que el Parlamento luso rechazara su plan de ajuste financiero para afrontar la crisis. Mientras tanto, mi hija (5), al tiempo que escribo esto con la radio de fondo haciendo el habitual repaso de la penosa actualidad, apostilla con ternura: «Papi, yo no quiero que seas presidente de este país, porque no me verías nunca». Tranquila, hija, que yo tampoco. La vida, Estrella, es puro teatro 😉

#Titulares# ¡Feliz año 11!

Estrella y bengala
Estrella y bengala. ¡Feliz 2011!

El 10, tan orondo él a primera vista, acabó demostrando que tenía unas curvas muy peligrosas que terminaron produciendo más de un siniestro total durante estos doce más bien insoportables meses. Menos mal que nos dice adiós. Prometía ser un año redondo y, como todo el que se cree perfecto, resultó insoportable. Tenía el 10 demasiados michelines, algunos de los cuales nos acabaron asfixiando. El año del agravamiento de la economía global. El año del Tea Party. La ebullición de partidos xenófobos en Europa. El envalentonamiento de la derecha. Los recortes sociales impuestos por la crisis. El estado de alarma. La huelga general. Las dudas de la izquierda. Los casinos universales que acaban maniatándonos. El imposible aprendizaje de la insondable macroeconomía y su efecto en la vida cotidiana. El rostro del poder desvelado por Wikileaks. La suspensión de Garzón. Algunas alegrías. La victoria de la roja. El Nobel a Mario Vargas Llosa. La irrupción de las sombras, con la confianza de que, a pesar de los pesares, algún rayo de sol las pueda despejar, de que alguna sonrisa relaje el rostro. En lo personal, el primer año de este modesto blog (250 entradas, ¡casi 12.000 visitas!; muchas gracias por la fidelidad y el cariño diario de tantos buenos lector@s, que me animan a seguir escribiéndolo).  Ha sido el año en el que murió mi madre, Felicitas (71): aunque tus ojos se entornaron, sigo sintiendo el aliento de tu mirada azul. Y nunca olvidaré todo el afecto recibido en ese duro momento. El año en que su nieta, mi hija Estrella (5), aprendió a leer. Hay futuro. Queda esperanza. ¡Feliz año 11!