Historias por contar

Copo
Copo

La vida la van marcando los espacios en los que se desarrolla. Cuando eres canijo coincides con los familiares, los cercanos y los lejanos, de cuando en cuando, en eventos BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones). Luego se centra uno en su propia existencia: emparejamientos y descendencia. Cuando pasa un poco más de tiempo te enteras de que tal o cual pareja de amigos y conocidos se separó o se divorció (ya no hay celebraciones). Y a partir de los 40, por puro reloj biológico, constatas con sufrimiento que la vida va en serio cuando las personas que te han precedido en el camino, los padres y madres propios y de amigos y conocidos, van desapareciendo. Hablo de la silenciosa muerte de los españoles y españolas nacidos en la década de los 30 del pasado siglo, que sufrieron la llegada de la Guerra Civil, la propia contienda y el atroz franquismo. Gentes humildes que vinieron a trabajar a la gran ciudad (o tuvieron que emigrar allende nuestras fronteras), desde La Mancha, Andalucía, Castilla, Galicia, Extremadura… Que nos criaron aquí a nosotr@s, los niños y niñas del baby boom de los 60, y sostuvieron sobre sus hombros todo el peso del país en años de plomo. Buenas gentes que en muchos casos nunca han sido suficientemente valoradas (¿estará alguien escribiendo su historia?). Están marchándose, muriendo poco a poco, haciendo mutis por el foro tan mansamente como vivieron, cayendo como copos de nieve sobre un campo de Castilla en un frío día de invierno. A todos ell@s vaya mi modesto homenaje, mi gratitud y mi reconocimiento.

Mejor sugerir que ver

Fernando Fernán Gómez
Fernán Gómez

Qué buena idea la de recordar la infausta fecha del 18 de julio de 1936, que dio comienzo a la Guerra Civil, con la puesta en escena / puesta en antena de una obra clásica de Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano. Lo hizo la SER ayer por la tarde en una edición especial de su magazine La Ventana. Durante hora y media de teatro en el aire, de teatro a través de las ondas, de representación que no se ve, pero que se sugiere, se narró a través de voces que cobran rostro el impacto de la contienda en la hasta entonces apacible vida de una familia madrileña de clase media que se ve abocada a un pavoroso conflicto que anegó en sombras la vida de España durante cuarenta años. Un emocionante radioteatro para describir la España de finales de los años 30, que saltó por los aires con la sublevación fascista contra el Gobierno legítimo y el triunfo del bando franquista y de la dictadura posterior («No ha llegado la paz, ha llegado la victoria», afirma uno de los protagonistas en una sentencia lapidaria al finalizar la pieza). Teatro en las ondas caído en desuso desde los 70, cuando empezó a imponerse la supremacía de lo visual; teatro que sugiere y que, aunque no se vea, fragua en la mente una catarata de imágenes sobre el ayer en blanco y negro de España.

Que no llegue tarde

Sede de la ONU
Sede de la ONU

Parece que la llamada comunidad internacional se ha sacudido el sopor y se ha decidido a hacer algo para poner fin a la dictadura libia, cuentan los medios esta mañana de viernes: «El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha aprobado a las once de la noche [del jueves, hora española] una resolución que permite el uso de la fuerza para imponer una zona de exclusión aérea sobre Libia y para proveer asistencia y protección a la población civil de ese país»· Ya era hora, y ojalá la intervención no llegue tarde, porque escuchar ayer a Gadafi hablar de que iba a entrar en Bengasi, la capital rebelde, para «liberarla» como Franco hizo con Madrid pone los pelos como escarpias. No se puede dejar solos a los libios que luchan contra el tirano. Ya que sale a colación Franco, hay que recordar que a los defensores de la República española, las potencias democráticas de la Europa de los años 30 les dieron la espalda bajo la cínica doctrina de la no intervención (en el bando fascista sí que se intervino sin pudor), y así nos fue. Porque de lo contario, sería terrible que el tirano triunfara y volviera a campar por sus fueros en Libia. Y sería mucho más terrible que, en ese caso -como apuntaba con acierto un querido compañero el otro día- en Occidente el ahora repudiado sátrapa volviera a ser llamado, por arte de birlibirloque, el «presidente» libio, con toda naturalidad y sin que los de arriba se ruborizasen un ápice. Total, antes ya lo fue y todos le rieron las gracias.