
«Recuerdo una anécdota, hace muchos años, cuando el periódico para el que trabajaba me encargó hacer un reportaje sobre un señor que estaba empeñado en fundirse sus magros ahorros en localizar un yacimiento de petróleo en un prado de un pueblo del interior de… de una provincia cualquiera, qué más da. Era la comidilla del pueblo, el alimento de todos los chascarrillos. Allá que me fui con un fotógrafo, y encontramos una zanja de unos cuarenta por sesenta metros, recién excavada, con otros ocho o diez metros de profundidad, en pos de un supuesto oro negro que no aparecía por ningún lado. Al lado descansaba la maquinaria pesada que se estaba empleando en la exploración. No había ni un alma. No dimos tampoco con el aprendiz de jeque árabe, pero tras varias pesquisas con sus vecinos, nos quedó claro que el señor aquel era un pobre hombre que posiblemente estaba mal de la cabeza y que publicar cualquier cosa sobre su ocurrencia supondría exponerle a un ensañamiento público que le haría más daño que otra cosa. Así se lo expliqué a mi redactor jefe, que entendió los argumentos y dio carpetazo al asunto. Eran otros tiempos. Ahora habría sido carne de amarillo magazine televisivo.»