Solución de consenso

Rey Baltasar
Rey Baltasar

Mi hija Estrella, que se afana en estos momentos por desenvolver sus regalos del 6 de enero, ha encontrado una solución de consenso para congeniar sus dos grandes pasiones que le tienen el corazón partido: los Reyes Mayos y Papá Noel. Anoche, tras contemplar desde la plaza de Colón la espectacular cabalgata de Reyes de Madrid, Estrella se preguntaba por qué no había desfilado también Papá Noel, a la vez que no mostraba apego a Baltasar, mi rey favorito. O sea, le habría gustado un desfile con Melchor, Gaspar y… Papá Noel. A los Magos, como ya hizo con joujoujou en la noche del 24, les ha dejado también una carta: «Queridos Reyes Magos. Os dejamos una leche y polvorones, que no hay en vuestro país y así los probáis, para que cojáis fuerzas para traer regalos a todos los niños. Si no me habéis encontrado todos los regalos no me enfadaré y os quiero igual (a Baltasar también). Si la bici es blanca [hay que aclarar que pidió una bicicleta de Mickey Mouse que los Magos no encontraron] la decoraré con pegatinas de esqueletos a ver si os da miedo y os vais a perder [sic] de risa». ¿Habrá recompuesto su corazón para el próximo solsticio de invierno?

Amor por el centrifugado

Caballito de tiovivo
Caballito de tiovivo

Qué estampa tan dichosa la de ver a los niños y niñas subidos en alguno de los tiovivos que estos días de fin de año se instalan en las plazas de la ciudad, pasándoselo en grande dando vueltas sin parar una y otra vez, en una felicidad infinita. La diversión de rodar por rodar en el carrusel, que en inglés se llama, con acierto, merry-go-round (algo así como «la alegría da la vuelta», en una traducción libre). ¿Anidará en alguna parte de nuestro ADN esta querencia por los centrifugados? Luego crecemos, pero nos sigue gustando el movimiento, el viaje, la búsqueda de algo distinto, de pastos que tengan diferente verdor: no en vano somos una especie trashumante.

Pespunteando el horizonte

Puesta de sol
Puesta de sol

Bandadas de aves en formación perfecta salpicaban ayer por la tarde, cuando no faltaba mucho para la puesta de sol, el cielo de Madrid desde mi ventana, hacia el ¿suroeste? Era una tarde gris, pero las aves volaban por encima de las nubes que impedían dejar pasar el sol, y sus cuerpos actuaban reflejando hacia abajo los rayos solares, pespunteando el horizonte nublado con destellos intermitentes. Lo hacían con tal perfección que en algunos momentos el dibujo de su vuelo se asemejaba a una vainica doble. Eran puntos luminosos que rompían el gris invernal celeste, y su belleza superaba con creces a cualquiera de las lucecitas de colores que estos días de Navidad adornan las calles de esta gran metrópoli.