Marea blanca

Nunca Máis
Nunca Máis

Sumid@s como estamos en estos tiempos tan negros y tan desoladores, nos olvidamos de que en este país también suceden historias blancas y alegres a pesar de los pesares y de la adversidad. Pronto hará diez años desde que en las costas de Galicia naufragara un petrolero, el malhadado Prestige, con 77.000 toneladas de mierda dentro, que el mar escupió hacia las playas del Noroeste causando una de las mayores catástrofes ecológicas de la historia de España ante la impasibilidad del Gobierno de José María Aznar. Diez años también desde que, como respuesta a la catástrofe, en una reacción desconocida, miles de voluntarios de toda España y de otros puntos constituyeran una marea blanca para limpiar el chapapote, sin pedir nada a cambio. Es la historia que ahora narra la cineasta Isabel Coixet en el documental Marea Blanca. Hace diez años ya. Fue una experiencia inolvidable de solidaridad y de altruismo para tod@s los que participamos en ella, que pusimos nuestro granito de arena para ir retirando muchos más granitos de mierda.

Otros tiempos

Extracción

«Recuerdo una anécdota, hace muchos años, cuando el periódico para el que trabajaba me encargó hacer un reportaje sobre un señor que estaba empeñado en fundirse sus magros ahorros en localizar un yacimiento de petróleo en un prado de un pueblo del interior de… de una provincia cualquiera, qué más da. Era la comidilla del pueblo, el alimento de todos los chascarrillos. Allá que me fui con un fotógrafo, y encontramos una zanja de unos cuarenta por sesenta metros, recién excavada, con otros ocho o diez metros de profundidad, en pos de un supuesto oro negro que no aparecía por ningún lado. Al lado descansaba la maquinaria pesada que se estaba empleando en la exploración. No había ni un alma. No dimos tampoco con el aprendiz de jeque árabe, pero tras varias pesquisas con sus vecinos, nos quedó claro que el señor aquel era un pobre hombre que posiblemente estaba mal de la cabeza y que publicar cualquier cosa sobre su ocurrencia supondría exponerle a un ensañamiento público que le haría más daño que otra cosa. Así se lo expliqué a mi redactor jefe, que entendió los argumentos y dio carpetazo al asunto. Eran otros tiempos. Ahora habría sido carne de amarillo magazine televisivo.»

La vomitona

Mineros
Mineros

Los humanos somos continentes con contenido: vísceras, sangre, otras entrañas. Si nos pinchamos, o nos pinchan, siempre exportamos algún tipo de fluido. En general no nos gusta que nos pinchen (siempre hay depravados/as), pero no tenemos empacho en pinchar a la Tierra, el planeta que nos contiene a tod@s, de la que nos olvidamos que también sufre cuando le sometemos a estas prácticas que tan poco nos gustan en nuestra propia piel. Qué paradójico. El ser humano lleva milenios con el casco de minero puesto, horadándola, perforándola, raspándola, estrujando la tierra para extraer sus riquezas naturales, ora petróleo, ora carbón, ora granito… Lo que toque. Antes preferíamos el oro para hacer caros abalorios y tener un patrón para nuestras monedas. Ahora buscamos como posesos silicio, materia prima básica para la industria electrónica, fundamental para tener bien engrasados nuestros circuitos informáticos; por fortuna abunda bastante. Menos comienza a abundar el petróleo, otro fluido fundamental en nuestro modelo económico, cuyos yacimientos dan síntomas de agotamiento y hartura. Uno de ellos, frente a las costas de Estados Unidos, quizá cansado de los permanentes pinchazos, ha generado una inacabable vomitona que lo está ensuciando todo. Posiblemente sea una venganza: «¿No querías caldo? Pues toma dos tazas». Y lo malo es que parece ser que no podemos dejar de horadar, perforar, raspar y estrujar.