Mundos plásticos

Plastilina
Plastilina

En el colegio público de esta Comunidad de Madrid gobernada por la derecha-derecha al que va mi hija hay niñ@s que dan religión y otros que no. A muchos nos sigue pareciendo extraño que un colegio público sostenido con fondos aportados por creyentes y no creyentes tenga seguir albergando clases de religión (religión católica, claro; esto en un colegio en el que hay críos procedentes de familias de credos diversos), pero ese es otro debate. El caso es que, cuando toca clase de religión, los que no están apuntados a esa sesión de adoctrinamiento (mi hija entre ellos), tienen que salir de su aula habitual e irse a un despacho. Mientras dura la clase de religión, mi hija y sus amigos leen cuentos, mientras quizá en su clase están leyendo otros cuentos sobre la creación del hombre. El otro día, mi hija me confesó que, durante ese tiempo, había estado modelando algunos seres en plastilina, una peonza y una trompeta en concreto, mientras tal vez en su clase les estuvieran contando que Dios modeló a Adán con barro para insuflarle vida después. Todo son ficciones.

Silencio, se rumian palabras

Biblioteca de Usera (Madrid)
Biblioteca de Usera

En esta vocinglera patria nuestra do los decibelios moran por sus respetos hay verdaderas competiciones por ver quién da la voz más alta. Está en la calle y en las viviendas, en los bares y en los negocios… Qué vocinglerío. Qué nivel de ruido. Dicen que sólo los japoneses nos superan en querencia por el decibelio. Pero en el espacio que compartimos hay remansos de silencio, de apacible silencio en medio del rutinario frenesí ruidoso español. Son las bibliotecas públicas, templos contemporáneos del saber erigidos con el esfuerzo de tod@s, en los que sólo se escucha el rumiar de las palabras, o de los pensamientos. El primer hombre o la primera mujer que apilaron una colección de libros fue un genio, o una genia. El segundo hombre, o la segunda mujer, que decidieron que esos libros no fueran sólo para su provecho, sino para el beneficio de todos sus congéneres, fue un filántropo. Desde entonces todos aleteamos alrededor de los volúmenes de una biblioteca pública como las polillas que se arremolinan en torno a una luz cegadora. Sin que apenas se escuche un susurro. Y, ojo, que este silencio bibliotecario es una rareza en la piel de toro, en donde ya hasta en los museos se pegan voces.

Hipocresía y lucro indecente

Periódico
Periódico

Numerosos periódicos considerados serios de nuestro país, cabeceras de referencia incluso, no incluyen anuncios de -por ejemplo- traficantes de armas. Y, en cambio, no tienen problema a la hora de publicar páginas y páginas de anuncios de un tráfico que genera un lucro no menos indecente: la prostitución. Pocos medios hay que se hayan negado a hacer negocio con semejante negocio (Público, La Razón, Avui…), mientras que el resto no le hacen ascos a un dinero procedente de la explotación más asquerosa de la mujer. ¿Harán caso del acuerdo unánime que todas las fuerzas políticas alcanzaron este pasado martes en el Congreso para eliminar esta publicidad? Está por ver (falta, además, que el Gobierno concrete una propuesta definitiva, previo informe del Consejo de Estado). Eso sí, estos mismos medios, tan serios ellos, son los mismos que luego publican larguísimos reportajes de denuncia de redes de prostitución, que conviven, unas pocas páginas más adelante, con los anuncios mencionados. A esto se le llama hipocresía. Y cambiando de tema, pero sin salir de las procelosas aguas informativas: son también muchos los medios que publican estos días amplios reportajes sobre la precariedad laboral y la dura situación del mercado de trabajo en estos tiempos de crisis, con editoriales en grandes letras mayúsculas, pero que luego tienen a su trabajadores y trabajadoras sometidos a unas condiciones laborales propias de una plantación algodonera de Alabama en el siglo XIX. A esto también se le llama hipocresía.