Stop desahucios

Protesta contra los desahucios
Protesta contra los desahucios

Acaba de saltarme en el móvil otro maldito SMS de esos que vuelven a hacerlo todo un poco más oscuro. Un nuevo suicidio de una persona que se iba a ver privada de su casa, en Barakaldo. ¿Cuántos van ya? Hablamos del terrorismo criminal, y del machismo criminal, pero, ¿acaso esta práctica de desalojar a la gente de su casa porque se han quedado en paro, o porque han perdido sus ingresos y no pueden hacer frente a los recibos, acaso esto no es una forma de violencia vil y abyecta más propia de los siglos de la peste negra que de ahora? La propia Unión Europea acaba de deplorar la norma española que desaloja a la gente de sus casas y les arroja a la calle. Es urgente una solución que detenga este sufrimiento, con miles de familias ya desahuciadas y otras miles que podrían correr semejante suerte, y miles de personas también que han ejercido una presión ciudadana ante los domicilios a desahuciar para decir basta ya y decenas de jueces que han puesto igualmente el grito en el cielo. Cualquiera nos podemos ver en esta situación tan injusta en estos tiempos tan inciertos, tan negros. El principio de acuerdo que han alcanzado PSOE y Gobierno esta semana para introducir cambios legislativos urgentes que frenen los desahucios arroja un poco de luz, y ojalá que la voluntad gubernamental sea firme. Mientras eso no ocurra, me temo que el móvil seguirá escupiendo mensajes que encogen el corazón.

Pararse y pensar

Stop
Stop de calma

Los humanos llevamos miles de años de historia a nuestras espaldas, pero nos hemos olvidado de esa perpsectiva; es más, parece incomodarnos. Ahora nos mueve lo inmediato: lo queremos todo y lo queremos ya, si puede ser con un clic, mejor que con dos. Las nuevas tecnologías lo sitúan todo a una pantalla de distancia, de forma muy rápida y muy cómoda. Mejor lo que puedas conseguir en diez segundos que no algo por lo que tengas que esperar dos semanas. Mejor poner el fuego al máximo que comprender que hay cosas que salen y saben mucho mejor a fuego lento. Las sensaciones sustituyen a la realidad y la enmascaran; nos quedamos con la espuma de los días en vez de aguardar al fondo del vaso. Para qué esperar al semáforo de manera paciente, yo quiero pasar ya, y encima tocando el claxon, que se note que tengo prisa. Es un mal, porque yo creo que es un mal, que afecta sobre todo a las generaciones más jóvenes, las criadas en la era digital, sin paciencia para nada. Esa inmediatez, esas prisas imprudentes, parecen ser precisamente el motivo de la tragedia de Castelldefels. Deberíamos pararnos y pensar más ante lo que está ocurriendo, poner un stop de calma de cuando en cuando en nuestras vidas.

Stop a los abusos sexuales

Rosa Montero
Rosa Montero

Llamaba la atención la periodista Rosa Montero, en el dominical del diario El País de ayer, sobre una lacra y un abyecto tabú que todavía no ha salido lo suficiente a la superficie de nuestra sociedad: el de las agresiones sexuales cometidas por parientes cercanos, con frecuencia padres, contra menores de su entorno. En este magnífico artículo, Montero denuncia que el incesto -que sigue existiendo quizá en la casa del vecino de usted mism@ que lee estas líneas- «forma parte de los terribles secretos de alcoba, de ese mundo abisal que ocultan las familias y que a menudo jamás sale a la luz». Lo estremecedor y preocupante de esta abyección es que diversas organizaciones internacionales calculan que «el 90% de los casos de incesto no se hacen públicos». Es más: casi un 25% de mujeres y un 15% de hombres españoles confesaron en una investigación de 2008 que habían sufrido abusos sexuales en la infancia (en el 39% de los casos el agresor era el padre). Y lo pavoroso no acaba aquí: lo atroz llega cuando las víctimas intentan conseguir justicia y apoyo en la sociedad, y esa misma justicia y la propia sociedad les vuelve las espaldas y encima parecen culparles. Así le ocurrió a la francesa Isabelle Aubry -creadora de la Asociación Internacional de Víctimas del Incesto-, que acaba de publicar La primera vez tenía seis años, «testimonio personal, en ocasiones difícilmente soportable, sobre el infierno vivido por una niña que fue sobada por su padre desde los seis años, violada sistemáticamente a partir de los 12» y que cuando denunció su caso se encontró con que la justicia consideró que no se había resistido al monstruo que decía ser su progenitor, y que por tanto no había habido violación. Rosa Montero termina su artículo con una recomendación clara: «Si lees esto y sabes de qué hablo, recuerda: no eres culpable, no estás solo, denuncia». No caigamos en la negación de esta realidad, en la ocultación de estos abusos, por asqueroso, sucio y repugnante que sea este asunto, y menos aún en culpabilizar a las víctimas y a muchas madres que están luchando por sus hij@s tras haber hallado que su marido era una mala bestia, y que a menudo sólo encuentran incomprensión y rechazo, empezando por en muchos casos en su propio círculo familiar. ¡¡Basta!!