Carta a mi sobrino

Libia
Libia

Querido Alberto. Acabas de hacer 18 años. Ya eres mayor de edad. Cómo pasa el tiempo: aún recuerdo cuando eras pequeño, como un garbanzo revoltoso. Ya eres adulto y tienes plena capacidad de obrar y para hacer cosas que antes te estaban vedadas. Puedes, por ejemplo, sacarte el carné de conducir. Y también puedes votar. Tienes en tus manos -y podrás ejercerlo en las próximas elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo- el derecho a elegir quién gobierna el espacio público. Parece una tontería, pero hay muchas personas que han dado su vida para que los jóvenes como tú puedan realizar un gesto para nosotros ahora tan familiar como introducir un voto en una urna. Fíjate en todos los jóvenes que están participando en las revoluciones árabes, movidos por un ansia de libertad y de sacudirse de encima a los amojamados sátrapas que les venían gobernando. Muchos de esos jóvenes seguro que no han podido votar nunca, o quizá lo hayan hecho en elecciones falsas, de cartón piedra. Jóvenes, por cierto, muchos de los cuales han empleado las redes sociales virtuales para armar esta revolución. Jóvenes y adolescentes árabes que hacen un uso adulto de las redes y que nos han dado una lección a muchos mayores occidentales obsesionados con hacer un uso adolescente de las redes.

El blues de la piel de toro

Camarón
Camarón

Me caen muy bien los asturian@s. Son gentes nobles, llanas, trabajadoras, sencillas; buena gente. Es curioso, porque hay una cosa con la que muchos de ellos que conozco pierden su natural templanza. Sucede cuando les mientas la bicha de una empresa de bus que enlaza el Principado con otros puntos de la piel de toro; la voy a llamar La Compañía, no vaya a ser que de lo contrario atraiga el gafe o la mencionada compañía me mande correos con virus emponzoñados. Me pasó el pasado sábado. Tras una misión laboral concluida por la mañana, en Oviedo, tenía que regresar al Foro, pero no había combinaciones adecuadas de tren o avión. Alquilar un coche no me apetecía, porque ya estoy cansado de la brega laboral a estas alturas del año (y lo que te rondaré morena para lo que queda), así que opté por La Compañía. Y varios queridos compañer@s asturianos intentaron disuadirme, con cariño: «Estás loco; no sabes lo que haces; ¿pero cómo vas a hacer ese viaje bizarro…». Pero seguí adelante con el plan. Total, si La Compañía y yo somos viejos conocidos de una larguísima estancia laboral mía en Galicia, años ha, en la que tenía el cuasi monopolio del transporte Lugo-Madrid-Lugo. Yo también acabé harto de La Compañía en aquel entonces, pero llevaba ¿doce años? sin subirme en uno de sus buses, y hasta me hacía ilusión. Ahora los vehículos de La Compañía ya no están llenos de humo de tabaco; llevan wifi y un monitor que te va mostrando la ruta que te queda sobre un mapa, como en los vuelos de larga distancia. En el bus íbamos apenas una decena de viajeros, que fueron/fuimos buena parte del trayecto dormidos, quizá soñando. Barrunto que hasta el joven conductor, que iba bien despierto, soñaba con encontrarse con su también joven amor, que le telefoneó en plena ruta y que le estaba esperando a pie de andén cuando aparcamos en la estación de Méndez Álvaro. Bueno, este también fue un modesto vuelo a ras de tierra, elevándose apenas un palmo sobre la Meseta después de atravesar las montañas astures, con una sintonía de fondo que, aunque no sonara, me acompañó durante las horas de este viaje que me trajo recuerdos de tiempos pasados: La leyenda del tiempo, de Camarón. El flamenco, el blues de la piel de toro: «El sueño va sobre el tiempo / flotando como un velero».

Nuestro Thanksgiving

El País
El País

Treinta años más tarde, la de hoy es sin duda una jornada de acción de gracias hacia todos aquell@s que frustraron la charlotada del intento de golpe de estado del 23-F de 1981, que buscaba el fin de nuestra incipiente democracia en aquel entonces. Yo tenía doce años, pero conservo varios recuerdos nítidos de aquella tarde y de aquella noche: los nervios de mi madre cuando irrumpió en el comedor donde merendábamos mi hermano mediano y yo a las seis y pico de la tarde, la noche movida que siguió luego -en la que, misteriosamente, nos dejaron acostarnos más tarde que de costumbre-, la jornada de cole del 24-F, con los profesores comentando lo que había ocurrido y el titular de un periódico que llevaba alguno de ellos y que se convirtió en referente de la defensa de la democracia, y que desde entonces tuve claro que sería mi periódico: «El País, con la Constitución».  A todos quienes defendieron la democracia y la libertad, a los conocidos, pero a la legión de desconocidos que lo hizo posible, gracias por haber salvaguardado la Constitución. Desde entonces, con todos sus problemas, nuestro país ha recorrido treinta años de avance y progreso.