Bocados de realidad

Mordisco
Mordisco

La realidad va pegando dentelladas en este casi otoño tan triste y no parece que nadie le pueda calzar un bozal. La prima de riesgo se dispara, la bolsa se hunde, Mariano amaga, el PP va engrasando la motosierra. Con el pretexto de reducir el déficit como sea (aunque ello aboque a una nueva recesión de la que advierten los especialistas), la doctrina neocon de reducir el papel de lo público a la mínima expresión, podando el gasto social, y que cada quien se las apañe como pueda, va enseñando los dientes en diferententes comunidades, excitándose cada vez más mientras se imagina el Advenimiento Marianil (¡Dios no lo quiera!). En Madrid la enseñanza pública está en serio peligro de exclusión; el ascensor social que representa este sistema educativo comienza a chirriar. La artífice del progresivo desmantelamiento de la escuela pública tiene un nombre (esperanzaguirre) y dos apellidos (partido popular), y, por cierto, recibió un voto mayoritario de la sociedad madrileña (ahora es tarde para lamentarse). Quienes creemos que la política debe ejercer un poder transformador al servicio del progreso estamos, más bien, de luto, con la ropa hecha jirones. Seguirá.

La filtración

Melocotón de Calanda
¡Ñam, ñam!

«Coincide el arranque del curso, doctora, con la novedad esta de la reforma constitucional. Quién dijo que el regreso del verano es tedioso. Septiembre es un tiempo de cambios, este año con el añadido de las elecciones generales a la vuelta de la esquina. Habrá más cambios en el espacio público. Llega el tiempo de las uvas, los últimos días los higos, los primeros y últimos melocotones de Calanda, tan efímeros. El adiós a la piscina de verano (toca la cubierta), el hasta pronto a las sopas frías y la lenta vuelta de los platos de cuchara a los fogones. Pronto perderán color los puestos del mercado con las frutas y verduras de otoño. Un poco más allá aterrizarán los sabrosos tomates de invierno, tan deliciosos. Los quioscos que se llenan de fascículos de cosas que nunca aprenderé. Recordar dónde dejé los paraguas, con esa dichosa naturaleza suya tan proclive a perderse, a desaparecer: tienen algo humano. Y más cambios en el espacio privado. Las mangas que se irán alargando. La ropa de verano que buscará cobijo en el armario, en el hueco que dejará de ocupar la de otoñoinvierno. Las capas de ropa que irán cubriendo la piel. El adiós a la luz de verano. El deseo de que la luz no se vaya del todo, que no se llene todo de nubarrones. La manta del sofá. La música sonando mientras afuera llueve en un día de invierno que también llegará y en el que solo apetecerá estar quietito bajo la manta, quizá leyéndole un cuento a la niña. Justo a finales de agosto me dijo mi dentista que un empaste se me está averiando; que tengo una filtración en él. ¿Sabe usted, doctora, si los dentistas entienden también de goteras en la cabeza, o lo mío es solo melancolía?»

La tuneladora

Tuneladora
Tuneladora

«En cuanto que empieza septiembre me gusta irme a la tuneladora. Tampoco me queda otra opción, porque ese es mi trabajo. Tengo alma de topo. Me paso agosto a la luz del sol, tostando mi piel, bronceándome para todos los meses ayunos de calor que me esperan luego pilotando la tuneladora. Abro zanjas, cavo fosas, devoro terrones de tierra sin prisa pero sin pausa, llevando la civilización tuneladora a todos los confines para los que mi empresa me manda. Por el camino como raíces de árbol, veo nidos de animales raros que me miran aunque no me vean, porque están ciegos. Maniobro con la tuneladora y me acuerdo de mis abuelos, a los que no traté demasiado, pero de quienes me dijeron que uno fue labrador y el otro un panadero que tocaba el clarinete en sus escasos ratos de ocio. Yo no he heredado ninguno de esos oficios: no sé labrar la tierra; solo la roturo por dentro. Tampoco sé hacer pan, aunque los efectos explosivos de la levadura quizá podrían emplearse para abizcochar la tierra, para hacerla más esponjosa cuando la horado con la tuneladora. Vienen meses de estar sumergido con la tuneladora, y de aflorar en algún momento para ver si afuera sigue luciendo el mismo sol del que me despedí en agosto.»