Quién fuera piel roja

William Shakespeare
William Shakespeare, en datos

Cuando acabó la función, que fue tan divertida y graciosa, vi a una espectadora aún riendo a mandíbula batiente, casi teniendo que sujetarse todavía las mandíbulas con las manos para que no se le siguieran descacharrando, diciendo algo así como, «ay, mi Shakespeare, con lo que a mí me gusta, lo que hacen con él». Y es que los cuatro actores de la compañía Kubik Fabrik que estos días desmontan y condensan con ingenio e inteligencia los mejores momentos de tres obras del dramaturgo inglés en la sala homónima (Otelo, Romeo y Julieta y Hamlet) demuestran que la mejor manera de querer a los clásicos es resetearlos, remasterizarlos y actualizarlos para convertirlos en este popurrí tan entretenido que es Desmontando a Shakespeare (hasta el domingo 2, a las 19:30, en la Kubik). No se lo pierdan, porque conservarán en su retina y en las comisuras de sus labios una hora y algo (parece poco, pero es muchísimo) de espectáculo teatral en estado puro, de esos en los que uno echa de menos no ser actor, no ser piel roja, tener esa capacidad para reírse de todo y de todos, hasta de los clásicos sacrosantos, y de hacer reír a los demás con todo ello. «¿Ser o no ser?»; mejor actuar, que es no ser y ser muchas cosas a la vez, como se constata viendo a Fernando Sánchez-Cabezudo, Alberto Quirós, José Troncoso y Miguel Uribe, dirigidos por Hernán Gené, y teledirigidos traviesa y locamente, sin duda, por el mismo Shakespeare.

Amour, Love

Aprovechando que el trabajo me dio ayer un respiro vespertino y no salí demasiado tarde, intenté ir a las rebajas de las salas cinematográficas madrileñas de la tarde de los miércoles, pero la cosa estaba muy petada, así que tiré para casa. Y aproveché para ver una película que tenía pendiente y que me encantó, Amour, de Michael Haneke. Sí, es de hace un tiempo (no tanto tiempo), pero es que a mí me gustan y yo veo con frecuencia cosas de hace un tiempo; leo cosas de hace tiempo; escucho cosas de hace tiempo. Porque es imposible estar al cabo de la calle de todo cuanto ocurre, y porque esa obsesión por la inmediatez y por el aquí y el ahora nos va a volver locos. Es demasiado lo de tanto aparato y tanta pantallita sobrevolando nuestras vidas vinculadas al presente y al futuro inmediato. Amour, una película de 2012 (no tanto tiempo), te retrotrae a las cosas más básicas de la vida, al amor apasionado y a los límites de este con la muerte. Por cuestiones personales, Amour me retrotrajo al fallecimiento, no hace tanto, de un queridísimo ser querido, a la muerte de mi madre. Es una película sobre el hecho de haber sufrido y seguir sufriendo como mejor testimonio de que sigues vivo.

De fantasmas buenos

Dionisio y Anastasia
Dionisio y Anastasia

Dionisio y Anastasia son dos fantasmas que vagan de guerra en guerra en la obra homónima que se ha representado durante este fin de semana en la Kubik Fabrik (y mira que ha habido cientos de cruentas guerras desde que el mundo es mundo), con mucha ironía (muy a lo Gila), mucha ternura y mucho amor. Anastasia es una veterana de las contiendas humanas, que, por dispares que sean, acaban siendo todas iguales. Dionisio es un recién llegado al mundo de los fantasmas, aunque ya ha constatado que «cada vez sabemos menos, pero nos engañan más», que la mala leche es la que emponzoña a los hombres y les hace enfrentarse y que el arma más poderosa es la palabra (y por eso tantas veces la han intentado acallar). Ojalá en el muindo hubiera más fantasmas como ellos, fantasmas buenos e inocentes de los que hacen reír, no como esos fantasmones tan peripuestos embutidos en serios ternos que nos amargan la vida viernes tras viernes con las decisiones del Consejo de Ministros. En la Kubik ya no se puede ver esta obra de la Compañía Zascandil, pero si tienen oportunidad de verla en algún otro teatro, no se la pierdan, porque les permitirá reflexionar, sin perder la sonrisa, sobre la inutilidad de las guerras y la estúpida querencia del ser humano por el horror más absurdo.