¿Tomará alguien nota del Brexit?

 

Tony Judt
Tony Judt

Me pregunto si los populistas –los de nuestra España también, claro- que en el mundo son no podrían tomar nota del inmenso carajal en que se ha convertido el Brexit. ¿Podrían aprender algo de este tremendo lío, cuyo enésimo vodevil acaba de vivirse en el Parlamento británico? ¿Podrían anotar algunos de nuestro noreste que no se pueden someter decisiones complejas a un mero «sí» o un «no»; que no se debe dividir, fracturar y romper una sociedad a estas alturas de la historia, y más cuando es para dar pasos atrás?

Situaciones como la del Brexit enseñan que cuestiones tan trascendentes, que pueden marcar a muchas generaciones, son caldo de cultivo de demagogos y, a la postre, suponen una involución.

Yo defiendo la existencia de la Unión Europea, un proyecto transnacional que ha puesto fin a guerras y conflictos en un continente cuya historia está escrita en los cementerios. Dos guerras mundiales se originaron aquí, no lo olvidemos. Y creo que debemos salvaguardar la consolidación de este proyecto, aún en desarrollo y con mil problemas, frente a los reaccionarios y a los involucionistas de toda condición.

Claro que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, así que no sé si las lecciones de la historia servirán para algo. Alguien debería leer, o releer, una obra que compendia muy bien la historia contemporánea europea, Postguerra, de Tony Judt. Un historiador británico, por cierto.

Declaración de dependencia

Encaje
Encaje

Hartito como estaba aquel hombre de tanto enredo catalán, de ensoñaciones, entelequias y arcadias felices que solo existen en las mentes de los locos cariocos, se levantó por la mañana y decidió dirigirle a su amada una declaración  de dependencia. No de independencia, que de eso ya tenía bastante con Puigdemont y sus cuates, sino de dependencia. Dependencia de sus palabras, de sus ojos y de su piel. Aquel hombrecillo perdidamente enamorado mandó las siguientes palabras a su amada, mediante un cablegrama eléctrico remitido desde todos los poros de su piel a la otra piel deseada. Tal vez incluso se lo remitió a través de las conexiones químicas invisibles que se producen entre seres enamorados: “Querida mía, no aguanto más DUIS, más declaraciones vacías, más cuentos a cuenta de la independencia de un cacho de España. Me salen por las orejas tanta soflama, tanta tertulia televisiva, tantos ríos de tinta vertidos. No soporto más tontunas y lo único que me preocupa es en lo que creo que debo ocuparme. En estos momentos de desconcierto, te confieso mi amor pleno y dependiente. En estos tiempos de falsedad descomunal y de la farsa que se ha apoderado de todos los espacios de la vida pública, mi bandera eres tú, mi patria empieza y termina en ti. Tú eres lo que siento como único verdadero en medio de tanta mentira”. ¿No es acaso el amor la más poderosa de las fuerzas del universo?

Qué fue de la verdad

Opinión pública
Opinión pública

En tiempos, lo relevante en periodismo era contar la verdad de los hechos, lo que pasaba, suficientemente contrastado y documentado, de manera que los ciudadanos de este complejo magma social pudieran conformar un elemento fundamental en las democracias modernas y avanzadas: la opinión pública. Ahora todo ha cambiado y lo que importa no es la verdad: es el llamado relato, la manera de inculcar, divulgar e incluso promulgar una versión de las cosas con la que el común de los mortales acabe comulgando. Estas técnicas narrativas empezaron aplicándose al campo del marketing y la publicidad (un famoso libro de hace ya años:Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes, de Christian Salmon), y han acabado por imponerse en todos los campos. Por supuesto, también en la política cuando la llevan a cabo políticos faltos de escrúpulos: véase la manipulación burda y falaz de los hechos que está haciendo el secesionismo catalán para reivindicarse ante la opinión pública internacional, con muestras tan tremebundas como el reciente vídeo Help Catalonia, inspirado nada más y nada menos que en el caso de Ucrania. Y uno se puede sonreír y condenar prácticas tan burdas desde su sofá, pero, ojo, que una mentira mil veces repetida acaba convirtiéndose en verdad, especialmente cuando los destinatarios son gentes de allende nuestras fronteras que siguen teniendo una imagen prototípica y absolutamente desfasada del país.Y que España, en esto de imagen, es pasto, por mentira que parezca, de una leyenda negra pergeñada hace siglos y que, misterios de la historia, seguimos arrastrando. Ya no importa la verdad, solo cuenta el relato.