
Hartito como estaba aquel hombre de tanto enredo catalán, de ensoñaciones, entelequias y arcadias felices que solo existen en las mentes de los locos cariocos, se levantó por la mañana y decidió dirigirle a su amada una declaración de dependencia. No de independencia, que de eso ya tenía bastante con Puigdemont y sus cuates, sino de dependencia. Dependencia de sus palabras, de sus ojos y de su piel. Aquel hombrecillo perdidamente enamorado mandó las siguientes palabras a su amada, mediante un cablegrama eléctrico remitido desde todos los poros de su piel a la otra piel deseada. Tal vez incluso se lo remitió a través de las conexiones químicas invisibles que se producen entre seres enamorados: “Querida mía, no aguanto más DUIS, más declaraciones vacías, más cuentos a cuenta de la independencia de un cacho de España. Me salen por las orejas tanta soflama, tanta tertulia televisiva, tantos ríos de tinta vertidos. No soporto más tontunas y lo único que me preocupa es en lo que creo que debo ocuparme. En estos momentos de desconcierto, te confieso mi amor pleno y dependiente. En estos tiempos de falsedad descomunal y de la farsa que se ha apoderado de todos los espacios de la vida pública, mi bandera eres tú, mi patria empieza y termina en ti. Tú eres lo que siento como único verdadero en medio de tanta mentira”. ¿No es acaso el amor la más poderosa de las fuerzas del universo?