Maps with seny, ya

Google Maps
Google Maps

En estos días tan modernos en los que todos andamos abducidos por las pantallitas de nuestros cacharritos electrónicos, cuesta mucho salir para afuera. Antes uno se perdía en una ciudad y tenía que preguntar por tal o cual destino. Si uno es hombre y se pierde con facilidad, cual es mi caso, causaba cierta pereza preguntar (al género masculino le cuesta más preguntar, es cierto), porque con frecuencia ponías en aprietos al preguntado, y quien preguntaba tampoco se acababa de aclarar. Ahora poner solución a esos despistes tiene más fácil arreglo con las múltiples aplicaciones de mapitas que llevamos en el bolsillo. Así que cada vez pregunta uno menos. A veces hay despistados que le preguntan a uno por tal o cual calle, pero son los menos, y esta rareza les convierte hasta en sospechosos. ¿No tienen Smartphone a mano o es que esconden alguna aviesa intención? A veces pienso en Carles Puigdemont y la aplicación de mapas que llevará en su teléfono: él ha marcado que su destino es “independencia” y le da igual por encima de donde tenga que pasar y pisar. Leyes, constituciones, todo parece darle igual. ¿El seny / sentido común / sensatez / cordura? Tampoco aparece en su mapa. Si el president hubiera salido a la calle y hubiera preguntado a los viandantes en lugar de tirar tanto de rutas prefijadas y prejuiciosas, se habría encontrado posiblemente con algunos que comulgarían con sus ruedas de molino y con otros muchos que le habrían dicho que la independencia es un camino hacia el abismo y que no se puede construir nada, a estas alturas de la historia, levantando nuevos muros y fronteras. Por cierto, que para esto habría que hacer también una reforma constitucional: para que en el frontispicio y/o preámbulo de cualquier ordenamiento aparezca como principio fundamental que los gobernantes están obligados a conducirse con seny, sensatez, y que sus desvaríos se los guarden para su casa. Y, ya puestos, incluso ese seny los de Google deberían incluirlo en sus maps.

La farmacia

Josep Borrell
Josep Borrell

Visto ayer en la farmacia de mi barrio de la que soy cliente:

  • Pensionista: Hola, quería este par de medicamentos (entrega su tarjeta magnética de Sanidad)
  • Farmacéutica, tras consultar en el ordenador y buscar en los estantes: Pues aquí los tiene
  • Pensionista, tras reparar un minuto en las cajas: Ah, bonita, este no me lo des. Es que es de un laboratorio catalán (era una marca blanca de Omeprazol)

¿Cuántas situaciones similares se estarán produciendo en todos los comercios de España estos días a cuenta de la tensión independentista? ¿Tiene justificación? Yo creo que no hay que llegar a estos extremos y comparto las reflexiones que hizo el ex ministro Borrell en su vibrante discurso del pasado domingo en Barcelona, en el que denunció también el silencio de muchos empresarios catalanes ante el riesgo de lo que se avecinaba y les acusaba de no haber dicho algo a tiempo. Pero el problema es que, cuando se piensa con las tripas y se abre la caja de los truenos –y los primeros que han pensado con las tripas han sido los partidarios acérrimos de esa entelequia llamada independencia– se desencadenan estas reacciones. ¿Quiénes van a ser los paganos? Pues, mayormente, los trabajadores y trabajadoras de Cataluña, la gente corriente, la gente del común que siempre es la que paga las crisis. Y esto deberían haberlo tenido en cuenta, también, los independentistas: los paganos de las entelequias que han urdido algunos van a ser los trabajadores. Lo he escrito en alguna ocasión: cuando los castillos que se hacen en el aire se derrumban, los cascotes caen sobre las cabezas de los de siempre.

PD.- La tensión de la farmacia se relajó. La farmacéutica revisó la caja y le dijo a la señora que el laboratorio era de Tres Cantos.

Una de política ficción

Congreso de los Diputados
Congreso de los Diputados

Una de política ficción. El presidente del Gobierno popular y los grupos políticos que le dan apoyo vulneran la legalidad, la Constitución y el Reglamento de la Cámara y registran una ley urgente para la recentralización del Estado y el fin de las comunidades autónomas. La oposición protesta airadamente ante esta ilegalidad flagrante, presenta recursos, abandona el hemiciclo… Todo en vano. La maniobra se consuma y se decide someter a un referéndum final y vinculante, deprisa y corriendo, sin censo y sin garantías, más propio de una república bananera que de un país avanzado y democrático en pleno siglo XXI. El Tribunal Constitucional prohíbe su celebración. El presidente y sus cuates hacen caso omiso y siguen adelante con sus planes, costeados con dinero público, claro. Las autoridades europeas ponen el grito en el cielo ante estas decisiones. Los fabricantes de banderas hacen su agosto. Los medios de comunicación afectos hacen su trabajo de propaganda y agitación, que da continuidad a la tarea de adoctrinamiento que se ha venido desarrollando en las escuelas y en los colegios desde hace décadas. Los jueces ordenan a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que hagan su trabajo e impidan la comisión del no-referéndum y de una ilegalidad flagrante, algo que no ocurre. El presidente da por buenos los resultados de la farsa y anuncia que el Congreso, o lo que queda de él, aprobará sus planes y la recentralización del país, en contra de toda lógica y de toda ley, de la historia compartida, echando por tierra la estructura legal en la que se apoya el sistema, después de haber sometido a la sociedad española a una tensión inimaginable. La gente sensata se pregunta cómo se ha podido llegar a esta situación, pero nadie les escucha, porque lo que vende es el grito, la furia y el abucheo a quien osa discrepar… La gente sensata se siente abatida de que haya tanto dirigente político irresponsable que divida entre buenos y malos, entre afectos y desafectos… Pero todo da igual.

¿Qué estarían diciendo y haciendo los nacionalistas de las diversas nacionalidades del ahora llamado Estado español si hubiera sucedido algo así?