
En estos días tan modernos en los que todos andamos abducidos por las pantallitas de nuestros cacharritos electrónicos, cuesta mucho salir para afuera. Antes uno se perdía en una ciudad y tenía que preguntar por tal o cual destino. Si uno es hombre y se pierde con facilidad, cual es mi caso, causaba cierta pereza preguntar (al género masculino le cuesta más preguntar, es cierto), porque con frecuencia ponías en aprietos al preguntado, y quien preguntaba tampoco se acababa de aclarar. Ahora poner solución a esos despistes tiene más fácil arreglo con las múltiples aplicaciones de mapitas que llevamos en el bolsillo. Así que cada vez pregunta uno menos. A veces hay despistados que le preguntan a uno por tal o cual calle, pero son los menos, y esta rareza les convierte hasta en sospechosos. ¿No tienen Smartphone a mano o es que esconden alguna aviesa intención? A veces pienso en Carles Puigdemont y la aplicación de mapas que llevará en su teléfono: él ha marcado que su destino es “independencia” y le da igual por encima de donde tenga que pasar y pisar. Leyes, constituciones, todo parece darle igual. ¿El seny / sentido común / sensatez / cordura? Tampoco aparece en su mapa. Si el president hubiera salido a la calle y hubiera preguntado a los viandantes en lugar de tirar tanto de rutas prefijadas y prejuiciosas, se habría encontrado posiblemente con algunos que comulgarían con sus ruedas de molino y con otros muchos que le habrían dicho que la independencia es un camino hacia el abismo y que no se puede construir nada, a estas alturas de la historia, levantando nuevos muros y fronteras. Por cierto, que para esto habría que hacer también una reforma constitucional: para que en el frontispicio y/o preámbulo de cualquier ordenamiento aparezca como principio fundamental que los gobernantes están obligados a conducirse con seny, sensatez, y que sus desvaríos se los guarden para su casa. Y, ya puestos, incluso ese seny los de Google deberían incluirlo en sus maps.