Los cascotes

Casco
Casco

Las calles de España están repletas de gentes desnucadas. Durante años hemos estado levantando entre todos, con desigual reparto de responsabilidades, castillos en el aire en forma de hipotecas infladas, sobreprecios por pisos que no valían lo que pagamos por ellos y cuyo valor se ha desplomado de forma brutal. La llamada burbuja inmobiliaria. Ahora algunos parecen haber descubierto la ensoñación en la que hemos vivido, puesta de manifiesto con el escándalo de Bankia, y se llevan las manos a la cabeza. Hemos estado levantando castillos en el aire, castillos que parecían de naipes, pero que resultaron ser de hormigón y mazacote. Y los cascotes resultantes del desastre nos han pegado ahora en toda la cabeza. La diferencia es que algunos estaremos de por vida atados a hipotecas miserables, por no escribir hipotecas de mierda, y que otros (vulgo Rodrigo Rato) salen por la puerta de atrás con indemnizaciones millonarias (tiene tela: 1,2 millones de euros en el caso del ilustre prócer). Así van las cosas en este país, y no hay cascos suficientes para tod@s.

Los pies en la cabeza

Celo
Celo

La vida, que parece tan ordenada si se ve a primera vista desde la ventanilla de un avión, es un conjunto de retales malpegados con celofán. El mismo celo del que consumo infinitos rollos para pegar los forros de plástico de los libros del cole de mi hija. El mismo rollo que hacían nuestros padres cuando éramos nosotros los críos (aunque tiene un punto de rito entrañable, ¿verdad?). Los críos que ayer vivíamos en pisos de barrio diminutos, y que hoy seguimos viviendo en pisos diminutos, con una diferencia: unas gigantescas hipotecas que lastran nuestro país (la deuda privada equivale, según algunas fuentes, al 250 del PIB nacional). Hipotecas por las nubes y precio de los hogares por los suelos. Los suelos por los que los unos animales que se presumen racionales volvieron a arrastrar ayer, martes y 13, al toro de la Vega (es una tradición, se defienden; también la ablación del clítoris es otra tradición en algunas latitudes, por ejemplo; una barbaridad es una barbaridad). El celo con su superficie pegajosa que la vida va enredando entre los dedos, sin que haya manera de librarse de él. La vida que mi hija aprenderá en el patio del cole y en los libros de texto que todavía no le he terminado de forrar.

Adoradores del ladrillo

Ladrillo
Ladrillo

Esta mañana se presentará en el Congreso de los Diputados una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) apoyada en 500.000 firmas y promovida por ocho asociaciones para modificar la ley hipotecaria y hacer posible la dación en pago (esto es, que la entrega de la vivienda hipotecada baste para cancelar el préstamo). La ILP, explica algún que otro periódico (por cierto, qué curioso es que este asunto tan interesante no aparezca recogido en muchos medios), «pide la modificación de la ley para hacer de la dación en pago la fórmula preferente para dar respuesta a las ejecuciones de hipotecas por falta de pago por parte de miles de familias que en su día suscribieron créditos de buena fe con entidades bancarias y que, debido a la crisis, se han visto imposibilitadas para asumir estos pagos. Estas asociaciones destacan la necesidad de que personas que han dejado de pagar por una causa justificada, como el paro o una enfermedad, puedan entregar su casa al banco y empezar de cero, tal y como sucede en Estados Unidos (…) Con la entrega de la vivienda al banco la deuda quedaría también automáticamente saldada, así como los intereses y las costas (…) [La normativa actual] lleva a muchas familias no sólo a perder su vivienda, sino también a continuar con una deuda, que supone una condena de por vida que las excluye de cualquier circuito financiero o crediticio, según reza la exposición de motivos del texto de la Iniciativa Legislativa Popular«. Es una iniciativa casi revolucionaria, que remueve los cimientos de uno de los cultos más seguidos en nuestro país, el de los adoradores del ladrillo, grabado a fuego en el ADN patrio, que ha derivado en una burbuja inmobiliaria de proporciones gigantescas que hipoteca el futuro del país. ¿Llegará a buen puerto? Habrá que verlo. A los bancos no les hace nada de gracia, y ya se sabe que poderoso caballero es don dinero.