De todos, menos de Franco

Velas
Velas

MI hija Estrella, impulsora de este cuaderno, es una fuente permanente de inspiración para mí. Sus reflexiones, sus ocurrencias, las maneras en las que va descubriendo el mundo desde esa atalaya despierta que es su cerebro de siete años, me motivan y me animan a seguir mirando alrededor. Estrella me contó que participó el miércoles, día previo al Todos los Santos de antes (ahora llamado Halloween), en una especie de rito laico en el cole público al que asiste, consistente en encender una vela en su clase por todos los que nos han precedido, por los seres que se fueron. Estrella no sabe mucho de la historia de España, pero algo sabe ya. Entre quienes nos precedieron en la piel de toro ha habido mucho maleante en forma de militarote reaccionario, rey atolondrado y cura cerril: estos tipos han campado por sus anchas en los siglos precedentes. En la base ha habido también mucha gente noble, abnegada y trabajadora, como su abuela Feli. Así que Estrella me contó que, cuando encendieron la vela, ella se acordó de su abuela y de otras personas que se fueron. «Nos acordamos de todos los muertos, papi, menos de Franco», me confesó muy seria mi niña, que a su edad se define como feminista y de izquierdas. Estrella dice que prefiere Halloween a la Navidad porque la segunda fiesta la ve muy «de cursis», salvo los episodios que protagonizan Papá Noel y los Reyes Magos, claro, que tonta no es.

Castigados sin membrillo

Membrillos (bodegón de Mercedes Gallardo)
Membrillos (foto: Mercedes Gallardo)

Voy a retomar la escritura de este blog, porque sobran motivos para escribir, y porque hay gente que lo echa de menos. Me recordaba una amiga ayer, a través de un precioso bodegón que colgó en Facebook, que estamos en tiempo de membrillo, y yo, que aunque sea un ser de ciudad cuento el paso de las estaciones según las frutas van cambiando en los estantes, me he animado a que esta bitácora no decaiga (muchas gracias, Mercedes). Es tiempo de membrillo: creo que esta misma tarde compraré un kilo en el mercado, para hacer una buena fuente, al modo como lo hacía mi madre. Membrillo que me endulce en estos tiempos amargos, más amargos si cabe por quienes desencadenan fenómenos huracanados más destructivos que el ciclón Sandy, y que no pisan la realidad y solo la contemplan agazapados desde las frías estadísticas. Me refiero a algunos de los desalmados que nos gobiernan, a quienes parecen darles lo mismo las consecuencias de sus decisiones y de sus no decisiones: el incremento de parados, de desposeídos, de ciudadanos desahuciados, arrojados a los márgenes de la sociedad. Sí, estos seres gobernantes no se merecen membrillo, porque son unos desalmados, insisto, porque no tienen alma: que le pregunten a la célebre Mariló Montero qué fue de ella, en qué extraño trasplante perdieron el alma y la empatía, si es que alguna vez las tuvieron. El membrillo, para quien se lo merezca.

Mucho más que un programa

Alberto Chicote
Alberto Chicote

La seca Celtiberia está llena de agua. Torrentes, escorrentías, ríos desbordados… Agua que no para de manar. En una esquina de España había un país de agua por excelencia, Galicia, pero el efecto se ha extendido por toda la piel de toro. España se encharca, pero no es agua del cielo. Es agua de las lágrimas derramadas por toda la gente que lo está pasando mal en esta crisis que todo lo hunde (salvo a los de siempre: los poderosos y los bancos, que salen siempre a flote y a bordo de sus yates de lujo). Otros son los desesperados, los más débiles de la sociedad, arrastrados por una corriente que ellos no han creado y en la que no tienen culpa. Son tiempos duros y desesperanzados, y es fácil decir ánimo cuando cunde el desánimo y todo lo empapa. Pero hay que tirar para adelante, perseverar, plantar buena cara al mal tiempo y remar juntos para buscar una salida colectiva. En la tele acaban de estrenar el programa «Pesadilla en la cocina» (La Sexta), de un chef, mi amigo Alberto Chicote, que enseña a tirar palante a restaurantes en crisis y al borde de la ruina (que es como está el país, por otra parte). Es un programa solo, pero también puede ser un símbolo: a base de perserverar y no desfallecer, a pesar de los pesares, con espíritu y fuerza de equipo y sin dejar a nadie atrás podemos volver a salir a flote. Conozco a Chicote desde que éramos críos en Carabanchel Alto y vecinos de pupitre en clase; sé de su tenacidad, ilusión y bonhomía (que no se equivoque quien no le conozca: la aparente rudeza del cocinero que sale en la tele alberga un gran corazón). Esas son las virtudes que nos hacen falta para espantar las nubes que lo inundan todo.