Resonancias de Venezuela

Mapa de Venezuela
Mapa de Venezuela

En mi casa familiar carabanchelera, de pequeño, había muchos libros sobre Venezuela, editados en los años 60 y los primeros 70. Su flora, su fauna, su historia, sus leyendas, su Bolívar, su industria… Mi padre trabajaba en una gran imprenta madrileña que imprimía, valga la redundancia, muchos títulos para editoriales de aquel gran país latinoamericano, y de cuando en cuando se traía alguno a casa, porque mi padre siempre pensaba que los libros nunca están de más, sean de donde sean. Era curioso ojear y hojear aquellos volúmenes, que aún hoy andarán por casa de mi padre, en algún estante. Eran páginas exóticas llenas de magia, de ecos de una nación tan lejana y tan próxima a la vez, con curiosas flores, curiosas plantas, curiosas historias.

Hasta aquel país emigró, también en ese siglo pasado no tan lejano, un tío mío, Fermín, el hermano mayor de mi padre, que luego, pasados los años, volvió a España. Y, creo recordar, hasta mi propio padre estuvo tentado de irse allí con su hermano, atraído por un país que era, en aquel entonces, una fuente de riqueza y prosperidad. Si se hubiera ido, yo no habría nacido, o habría nacido en otras latitudes, quién sabe, pero no habría nacido en la que forma que me nacieron.

Ahora, con tanta tribulación como sufre aquella nación, yo deseo que esa prosperidad y esa riqueza vuelvan a nacer en Venezuela, en la Venezuela que mi tío conoció y en la que yo no llegué a nacer. Ya no es tiempo de tiranos. Ojalá retorne a Venezuela un nuevo tiempo para que se vuelvan a desplegar los saberes de aquellos libros que me cautivaban de crío con sus resonancias caribeñas.

PD.- El artista uruguayo Jorge Drexler interpretó el pasado sábado en Madrid esta bonita canción del folclore venezolano, El loco Juan Carabina, de Simón Díaz, y se la brindó a un futuro de paz, concordia y democracia. Esta grabación de abajo es de hace 11 años, pero la de Madrid también pudo ser tal que así.

Libros y bibliotecas

Sophie Divry
Sophie Divry

Los humanos somos seres blandos metidos en carcasas aparentemente duras, pero que no aguantan el roce con el filo de una navaja. Nuestro interior está lleno de humores y fluidos raros en permanente estado de zozobra de la mitad para abajo. De la mitad para arriba manda, o pseudomanda, una cosa llamada cerebro. Mi hija lo llama celebro, y esa letra ele incorpora ribetes de celebración a una mente humana que no para de maquinar, sea cual sea su procedencia. En esa mitad para arriba se cuecen pensamientos y hornean ideas cuyo estallido desprende aromas diversos. Para la navegación del celebro humano, siempre sobre aguas turbulentas, nos dotamos de guías en forma de libros que no hacen sino agitarnos aún más y que forman ecosistemas complejos en uno de los mejores inventos del ser humano: las bibliotecas, cuyos secretos desvela la autora francesa Sophie Divry en un divertido librito, Signatura 400, que salió este pasado verano y es una lectura recomendada para este otoño.

Los pies en la cabeza

Celo
Celo

La vida, que parece tan ordenada si se ve a primera vista desde la ventanilla de un avión, es un conjunto de retales malpegados con celofán. El mismo celo del que consumo infinitos rollos para pegar los forros de plástico de los libros del cole de mi hija. El mismo rollo que hacían nuestros padres cuando éramos nosotros los críos (aunque tiene un punto de rito entrañable, ¿verdad?). Los críos que ayer vivíamos en pisos de barrio diminutos, y que hoy seguimos viviendo en pisos diminutos, con una diferencia: unas gigantescas hipotecas que lastran nuestro país (la deuda privada equivale, según algunas fuentes, al 250 del PIB nacional). Hipotecas por las nubes y precio de los hogares por los suelos. Los suelos por los que los unos animales que se presumen racionales volvieron a arrastrar ayer, martes y 13, al toro de la Vega (es una tradición, se defienden; también la ablación del clítoris es otra tradición en algunas latitudes, por ejemplo; una barbaridad es una barbaridad). El celo con su superficie pegajosa que la vida va enredando entre los dedos, sin que haya manera de librarse de él. La vida que mi hija aprenderá en el patio del cole y en los libros de texto que todavía no le he terminado de forrar.