Drake, lluvias y sol

Nick Drake
Nick Drake

A Nick Drake a mí me lo descubrió Ramoncín en aquel legendario Muerte en Putney Bridge de 1981. “Si muere Drake, se estremece la ciudad”, cantaba el rockero español haciendo referencia a la tempranísima desaparición (1974) de un cantautor folk británico que solo tuvo tiempo para crear tres discos que pasaron casi que inadvertidos en aquellos años de ebullición creadora y no alcanzaron éxito comercial. (¡Muchas gracias por el descubrimiento, Ramón, que ya sabemos que en este país los agradecimientos no se llevan!) Solo el paso de los años y la recuperación de un tema suyo (Pink Moon) para el anuncio de una marca de coches, ya en el 2000, le sacaron de su anonimato y le situaron en el lugar de la historia de la música que le corresponde. Inserto el anuncio debajo de estas líneas, porque seguro que a más de uno le suena y, de paso, tal vez se anime para descubrir el resto de temas de Nick Drake, que se fue a los 26 años. Drake cantaba con delicadeza letras de mucha sensibilidad sobre el mundo que le rodeaba. Temas melancólicos que estos días de primavera otoñal suenan más melancólicos todavía. Un bello trasfondo de tristeza y compasión para estas jornadas de lluvias y sol antes del verano que no acaba de llegar.

Reivindicación de Ramón

Ramoncín, LP La Vida en el Filo
Ramoncín, LP La Vida en el Filo

La última vez que vi a Ramón en directo fue allá por la primavera de 1990, tras el recital de Madrid en el que se basó parte de su LP doble posterior Al límite, vivo y salvaje. Yo y un par de colegas salimos del concierto tan espídicos con aquel chute de rock, que nos metimos en el coche y no quisimos coger el camino de vuelta a casa. Nos dedicamos a dar vueltas por no sé qué autovía, haciendo tiempo, con las melodías resonando en nuestras cabezas, vagando en la noche. En el medio del asfalto presenciamos las consecuencias de un singular siniestro: una furgoneta había atropellado una vaca o un animal semejante, y aquel ser yacía, muerto, desparramado en el suelo, mientras que el morro del vehículo estaba totalmente hundido, formando pliegues a modo de acordeón. Vimos aquel extraño suceso y seguimos deambulando antes de irnos a la piltra. Ramón había estado espléndido esa noche, en un concierto inolvidable y que recuerdo con viveza a pesar de los muchos años transcurridos. Aquel chaval de barrio convertido en un icono del rock patrio nos hacía brincar y saltar a los otros muchos chavales y chavalas de barrio que acudíamos a sus conciertos. Dueño de un soberbio cancionero repleto de himnos urbanos cargados de furia y libertad, nunca entendí por qué, con el paso de los años, tanta gente se dedicó a verter tantísima saña contra él, a atropellarlo de manera tan despiadada y tan injusta. A lo largo de este tiempo me han llegado a través de los sumideros de Internet, en más de una ocasión, basuras varias contra su persona, bulos, calumnias, infundios de toda laya contra un artista de primer orden, sospecho que muchas veces divulgados y difundidos por personas que jamás habrán visto un concierto de Ramón, que jamás habrán vibrado con su música y que jamás se habrán enamorado al calor de su directo. Lástima de país tan amigo del despelleje. Ramón siguió avanzando, supongo que con mil heridas, y la justicia le absolvió en el asunto de la SGAE. Esta primavera nos regaló un set que compendia su obra de todos estos años, Quemando el tiempo (1978-2017). Ramón, Ramoncín, ha salido adelante a pesar de los muchos atropellos y, por fortuna y para disfrute de sus fans, sigue esparciendo rock and roll a espuertas.

Espantar la soledad, ahuyentar la tristeza

Neil Young
Neil Young

El cantante canadiense Neil Young publicó en 1992 una preciosa canción sobre la amistad y su pérdida, «One of These Days», dedicada a todos los amig@s que había ido conociendo y con los que había ido perdiendo el contacto a lo largo de su vida. Como le ocurre a él, a todos nos pasa que el paso de los años nos separa de los otros. Evocando esas músicas de Young me acuerdo de un amigo y compañero de la Facultad de Periodismo, un zamorano apellidado Antúnez al que perdí de vista hace más de veinte años. Antúnez era muy rockerito, tenía una banda propia y una novia muy estilosa que estudiaba moda en Madrid. Me mandó por correo un verano, desde su ciudad, en una caja de zapatos de cartón, una serie de casetes. En uno de ellos enlató clásicos anglosajones de The Velvet Underground, The Monochrome Set, The Rolling Stones, The Beatles… Las canciones de Antúnez tuvieron la virtud y la magia de abrirme a la música, a las muchas músicas que ahora escucho; un universo al que luego contribuyó mi pareja, de manera decisiva, con su gramola global. Es complicado hacer amigos como aquel, al que perdí, por incapacidad propia en muchas ocasiones, y por incapacidad de los demás también en algunas. La vida se convierte en una travesía a menudo demasiado desértica, hasta que de repente aparece entre la arena un pozo con una superficie bruñida en medio de la nada, una sonrisa que de manera permanente espanta la soledad y ahuyenta la tristeza. Y la música de la amistad, que parecía perdida a estas alturas del viaje, sigue sonando. Es la magia de vivir.