Historias por contar

Copo
Copo

La vida la van marcando los espacios en los que se desarrolla. Cuando eres canijo coincides con los familiares, los cercanos y los lejanos, de cuando en cuando, en eventos BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones). Luego se centra uno en su propia existencia: emparejamientos y descendencia. Cuando pasa un poco más de tiempo te enteras de que tal o cual pareja de amigos y conocidos se separó o se divorció (ya no hay celebraciones). Y a partir de los 40, por puro reloj biológico, constatas con sufrimiento que la vida va en serio cuando las personas que te han precedido en el camino, los padres y madres propios y de amigos y conocidos, van desapareciendo. Hablo de la silenciosa muerte de los españoles y españolas nacidos en la década de los 30 del pasado siglo, que sufrieron la llegada de la Guerra Civil, la propia contienda y el atroz franquismo. Gentes humildes que vinieron a trabajar a la gran ciudad (o tuvieron que emigrar allende nuestras fronteras), desde La Mancha, Andalucía, Castilla, Galicia, Extremadura… Que nos criaron aquí a nosotr@s, los niños y niñas del baby boom de los 60, y sostuvieron sobre sus hombros todo el peso del país en años de plomo. Buenas gentes que en muchos casos nunca han sido suficientemente valoradas (¿estará alguien escribiendo su historia?). Están marchándose, muriendo poco a poco, haciendo mutis por el foro tan mansamente como vivieron, cayendo como copos de nieve sobre un campo de Castilla en un frío día de invierno. A todos ell@s vaya mi modesto homenaje, mi gratitud y mi reconocimiento.

La afonía

Silencio
Silencio

En este país en el que tanto se estila pegar voces y no escuchar al contrario, en el que cualquier argumento es válido siempre y cuando tenga forma de garrotazo sobre la cabeza del contrincante, ya sea este el cuñao o la vecina de planta, ¿se imaginan una epidemia de afonía que silenciara las cuerdas vocales? ¿Qué iba a ser de las reuniones de vecinos, de las sobremesas de los domingos, de las tertulias radiofónicas..? ¡Oh, pobres, las tertulias radiofónicas, plagadas de seres que lo mismo pontifican sobre la tragedia termonuclear de Japón que sobre la cría del cerdo celta en las montañas de Os Ancares! La verdad es que todo españolit@ lleva un contertulio dentro, ansioso de saciar su hambre de micro. ¿Y si se hiciera de repente el silencio en España? Sería algo así como sustituir de golpe las vidrieras de vivos colores de algunas catedrales por esas láminas de alabastro que se aplican en los ventanales de los templos de algunas partes de España: se pierde en, digamos, impacto visual, pero se gana en los matices de una luz tamizada, que deja entrever todos los tonos que van del gris al negro.

¡País!

¡Más empatía!
¡Más empatía!

«El caso es que tengo un dolorcillo aquí, atrás, en la espalda. Uf, míratelo, seguro que tienes algo malo; así empezó mi cuñada, y ya ves. Vaya, parece que al coche no le quiere entrar la marcha. Uf, claro, con este coche viejo; te veo comprando uno nuevo y, vaya, justo ahora que acaban las ayudas oficiales y sube el IVA, qué mala suerte. Estoy preocupada por mi empresa; la cosa va mal. Uf, qué mala pata, y con la edad que tienes; no te preocupes (que si necesitas algo ya sabes dónde no me tienes). Pues resulta que ando de baja; me han encontrado algo raro y estoy preocupado con las pruebas. Uf, ¿me lo dices o me lo cuentas?; yo acabo de tener un catarrazo que pa qué. Tengo un cabreo; mi hijo pequeño no estudia nada y no veo manera de motivarlo. Uf, carne de cañón; si yo ya te decía que ese chico es un vaguete. Espero que salgamos de la crisis cuanto antes. Uf, qué va. Mira Grecia. Vaya, parece que el avión atraviesa una turbulencia; qué nervios. Uf, nos matamos fijo. Padrenuestroqueestásenloscielos. Qué bien está remontando el equipo; creo que salvará la Liga. Uf, para nada. Estos mantas bajan a segunda, fijo. ¿Qué tal me queda el vestido? Uf, te hace un poco gorda, ¿no? Estoy segura: quiero tener un hijo. Uf, ¿a tu edad? Mira que ya estás talludita. Etcétera… ¿Por qué nos cuesta tanto, sencillamente, intentar comprender al que tenemos enfrente? Curiosa España, doctora, este país en el que tododios tiene un cenizo dentro, siempre en forma de última y fatalista palabra para decir, apostillar y quedar por encima, como el aceite (con algunas honrosas salvedades, de acuerdo; no hay regla sin excepción). Dígame, doctora, ¿dónde pueden recetar empatía («Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro», DRAE) en dosis industriales?»