Somatizando

Pop Party
Pop Party

«Doctora, tiendo a somatizar los males, a transformar problemas psíquicos en síntomas orgánicos de manera involuntaria. Hace muchos años regenté durante un tiempo una panadería y me venía muy bien el negocio aquel para evitarme males mayores, porque, cuando tenía grandes comecomes, me ponía a hacer unos panes, mezclaba harina, agua, levadura y mis penas, encendía el horno… y las preocupaciones volaban lejos en forma de olorosas y apetitosas volutas de humo panificado, para reposo de mis carnes. Lo que ocurría, doctora, es que la clientela acababa un poco desnortada cuando comía mi pan y el negocio quebró. Desde entonces tengo que volver a engullir yo mismo las desazones y los males, sin horno que me alivie. Así que tiendo a somatizar en mi cuerpo. Le pongo un ejemplo, doctora: creo que siempre meto la pata últimamente porque estoy predestinado a ello, y me he levantado con sendas torceduras reales en los pies, primero en uno y luego en otro. Ahora ando inquieto porque he amanecido por todo el cuerpo, pero por todo el cuerpo, con unas grandísimas magulladoras de color azul. Esto último no sé si será algo permanente, o pasajero, aunque no tiene pinta de que ese color vaya a desaparecer en un tiempo. Aunque para mi consuelo me repito que siempre después de una marea azul acabará llegando otra roja y mi piel recobrará su tono habitual, seguro que sí, doctora.»

Tiempo de torrijas y descanso

Una torrija
Una torrija

Las rebanadas de buen pan se van empapando de leche azucarada, antes de pasar por huevo y sumergirse en el aceite de oliva caliente, ese elixir incomparable patrimonio de la cocina mediterránea. Vuelta y vuelta, evitando que se queden secas. Unos breves minutos de chisporroteo y salta la torrija de la sartén a la bandeja. Una vez tostadas, me gusta pintarlas con el almíbar que tengo preparado en un cacito y espolvorearlas de ¡más azúcar! y algo de canela. Ya va una buena remesa y no queda pan. Qué delicia. Me encantan las torrijas, y ahora es tiempo de ellas. Cuando se acabe esta fuente haré otra; ya dejaremos para más adelante la operación bikini; la lorza hay que cuidarla y engrasarla. Hasta a tres euros las venden en algunas pastelerías de Madrid; en esta fuente hay una pasta, pues.  Mientras me relamo de gusto con la que me acabo de zampar, imagino: ¿por qué no sustituir estos días las aburridas banderas de los edificios oficiales, que tenemos tan vistas, por grandes torrijas ondeantes, chorreando dulce? Los padres y madres alzarían a sus niños sobre sus hombros para coger un cacho de la bandera torrijera y dársela de comer a los pequeños; esa sí que sería una buena comunión con el ser de esta piel de toro, en la que tantos símbolos gastronómicos compartimos: pan, aceite, vino, queso… y torrijas de Semana Santa. Gracias de corazón a tod@s los que siguen este modesto bloc de notas (¡ya van casi 4.000 visitas!) y me animan con sus comentarios: buen descanso, si pueden, y hasta la vuelta. A quienes salgan, que vean paisajes que les ensanchen y endulcen el alma.