Buenos días, John

Avería
Avería

«Todas las noches antes de acostarme, doctora, tengo un largo recuerdo hacia el abuelo alemán o sueco o danés al que van a parar los interminables intereses que abono y abonaré por este modesto micropiso do moro. Qué estará haciendo el jodío. ¿Verá la televisión, se recreará en el cielo estrellado sobre la bahía de Göteborg? ¿Dónde queda Göteborg? Me ha dado por pensar que el abuelo al que le completo la pensión de manera tan generosa es un viejo futbolista al que, por sentirle más cerca, vengo en llamar John Eljkaer Larsen; un veterano deportista retirado que arrastró sus botas y su cuerpo por ligas nórdicas de segunda división, y que ahora completa su ya de por sí generosa pensión con los emolumentos que recibe por sus inversiones en deuda de los países pobres del sur de Europa. De aquellos polvos en forma de generoso maná crediticio que se derramó sobre España vienen estos lodos. Y no es que me consuele éticamente ponerle cara a mi acreedor, pero estéticamente me gusta saber que el que engorda a la postre con mi trabajo no es un anónimo capitalista orondo, calvo, con bigote y gran puro, sino mi Eljkaer Larsen, tan poquita cosa. No sé si alguna vez le veré; supongo que cuando yo tenga setenta años, como él, seguiré pagando esta hipoteca… mientras los herederos de Larsen se habrán comprado con la herencia y el esfuerzo de mi trabajo una casita en Menorca, en donde espero poder pasar alguna semana de vacaciones antes de los próximos treinta años, con permiso del señor Euribor. Doctora, ¡viva el mal, viva el capital!» 

Desprecio y memoria

Niyireth Pineda
Niyireth Pineda

Cuando alguno de mis compatriotas desprecia a los inmigrantes que han llegado a España en los últimos años, está despreciando a un tiempo a los trabajadores que hicieron posible buena parte del crecimiento económico desde finales de los 90 -truncado por la crisis global-, a las personas que cuidan a sus mayores y a sus críos en muchas casas, a los soldados que por desgracia están muriendo allende nuestras fronteras… Están insultando también a los hijos de estos inmigrantes, tan españoles como nosotros, a los que construirán la España del futuro. Y, sin darse cuenta, están insultando también a sus abuelos, a los españoles que probablemente tuvieron que emigrar a otros países para buscarse la vida hace decenas de años. La memoria, en este país, es de una gran fragilidad; está hecha de una pasta muy ligera, que se deshace entre los dedos al mínimo soplido. Así somos.

Blanco y negro

Adiós, Colombo
Adiós, Colombo

Algún día le contaré a mi hija que la tele con la que yo me crie tenía solo dos canales: VHF y UHF, la primera y la segunda, en blanco y negro. Ahora tenemos cuatrocientos mil canales, tele por Internet y por el móvil, muchos colorines por todas partes, y a veces no hay muchas cosas que merezcan la pena. Por delante de nuestros ojos de niños y luego de adolescentes fueron desfilando series legendarias: La abeja Maya, Mazinger Z, La Bola de Cristal, M*A*S*H, Colombo Algún día le contaré a mi hija que los niños de antes viajábamos con nuestros padres comprimidos en las vacaciones de verano en unos coches diminutos, como el 127 que tuvo su abuelo, con rumbo a destinos turísticos lejanos y exóticos en aquel entonces para los niños de Carabanchel Alto, como Fuengirola. Que no teníamos consolas de videojuegos, ni teléfonos móviles, ni ordenadores. Ni habíamos montado en avión. Que jugábamos en calles de barrios humildes en los que apenas había coches. Que quienes para ella somos personas mayores formábamos parte de un decorado que ya no existe, y que, aunque eran tiempos de blanco y negro, podíamos ser felices.