
«Leí la otra noche en el periódico que la energía desencadenada por el último, terrible terremoto, de Chile, con una magnitud de casi nueve grados, había desplazado el eje de la Tierra alrededor de ocho centímetros e incluso acortado los días. A lo tonto, con la lectura de ese artículo me di cuenta de repente del motivo de este mi encorvamiento, ahora que llevo tantos años sobre este planeta. Desde que me nacieron, hace ya demasiados años, mi vida ha ido experimentando seísmos, cataclismos… hasta tsunamis, a lo largo de su devenir. Como resultado, el eje de mi humilde existencia humana ha ido desplazándose, escorándose, desde la alegría a la infelicidad, desde la plenitud a la pesadumbre, en una ciclotimia permanente. Sin necesidad de ir al médico, ahora lo entiendo todo. Así que golpe a golpe de la vida -y no verso a verso que cantaría Serrat inspirándose en Machado– mi ser se ha ido virando. Si sigo esta progresión degenerativa, llegará un día en el cual el eje de mi cuerpo habrá dado un giro de 180 grados; ya no le falta mucho. Culminado ese vuelco, ese punto de no retorno, andaré con la cabeza y pensaré con los pies. ¿O no lo estaré haciendo ya?»