ArcoirisEllas se profesan un amor tan profundo y verdadero que yo no me siento desplazado. Me emociona tanto verlas juntas, y jugar, y disfrutar, que haya un amor tan puro en el mundo, en este mismo mundo en el que abundan conductas tan bajas. Mi hija Estrella (5) le hace poésias (así lo dice ella, sin acento en la í y con acento en la é) a su madre, que vuelan como haikus: «Mami, tú eres el arcoiris, y yo soy el pájaro que se enamora del arcoiris». Es sólo una de ellas. Y yo las miro embobado, de reojo, atrapado por sus juegos mientras recojo la casa, o preparo algo en la cocina, o leo un libro. Qué amor tan puro, qué ganas dan de volar a buscar ese arcoiris, a tocarlo con los palmas de la mano para comprobar si sus colores se deshacen entre las yemas de los dedos y colorean nuestro cuerpo, mientras dejamos abajo, muy abajo, bajo nuestros pies, toda la morralla cotidiana.