
El debate sobre la regulación de las descargas en Internet es un asunto endemoniado en España por el cariz que ha cobrado el asunto. Partidarios y detractores se enredan en la red, y la solución a este embrollo dista de estar cerca. Cierto es que la industria cultural española ha tardado en adaptarse a las nuevas tecnologías y que aún hoy asombra el precio de distribución y el coste de algunos productos cuando los comparas con los que puedes traer del extranjero a través de Internet. Pero cierto es también que vivimos en un país donde la piratería no merece ninguna censura, y es practicada con fruición por todo dios, para asombro de otros países. Han cambiado los tiempos, vale, y quedan lejos aquellos años en los que los adolescentes de barrio de Madrid íbamos al centro para proveernos de material en Discoplay o Madrid Rock. Ahorraba uno unos durillos y luego rompía la hucha para comprar las novedades discográficas. Ha llovido mucho. Ahora hay muchos jóvenes criados en entornos digitales y que, me temo, se han acostumbrado al gratis total, y yo no sé si muchos valoran lo suficiente el esfuerzo que hace alguien cuando escribe un libro, compone una canción u organiza la producción de un film. No lo sé. La pregunta final es: ¿está usted dispuesto a abonar dinero por acceder a un producto cultural?