
Ya pasó el 9 de noviembre, el del ramito de violetas de Cecilia, y la fecha sirvió para celebrar en Madrid un gran concierto de homenaje para el que no había entradas y que me perdí. Pero es grato constatar el recuerdo que tantos y tantas siguen tributando a una artista tan prematuramente desaparecida, en 1976, cuando tan solo tenía 27 años. Yo descubrí a Cecilia cuando era más joven. Y es curioso lo rápido que me enganché a sus tema. Yo, que en aquel entonces tenía una dieta casi exclusiva de blues y rock, me quedé ensimismado con una artista poliédrica e inclasificable, con unos textos de un nivel literario muy destacados, y que desprendía una fuerza casi hipnótica. Cecilia le cantaba a una España que en ese momento se asomaba a la transición democrática tras los cuarenta años de plomo de la dictadura y su música desprendía un aroma de libertad y progreso que la emparentaban con grandes artistas anglosajones del otro lado del charco. Cecilia le cantaba sin complejos a España, y en ella, por desgracia, tan temprano encontró la muerte. Pero su música sigue sonando y ya forma parte de la banda sonara de generaciones y generaciones de compatriotas. Con un pie, por si acaso, siempre en el estribo, como ella cantaba, hay que seguir andando y haciendo camino.