La capucha

Capucha
Capucha

Vuelven las prendas de abrigo a la calle, y las capuchas con ellas. Pero no son muchos los vecinos que se las echan a las cabezas en estas mañanas más bien gélidas ya en la capital tras el verano eterno que hemos vivido este año. Aunque no llueva, siempre es útil la capucha para guarecerse del frío que congela las orejillas y produce sabañones. Si no la usas, ¿para qué la quieres? Pero el ejemplo que yo doy cuando bien me embozo no cunde. La mayor parte de la basca lleva la capucha echada sobre los hombros, haciendo un extraño amasijo de tela sobre el que malamente colocan la mochila o la tira del bolso en bandolera. ¡Úsenla, hombres, mujeres! Úsenla, o elimínenla de la prenda de abrigo, que será menos prenda de abrigo sin ella. La capucha es como el cerebro: tenemos un gran potencial, pero solo usamos una pequeña parte, dicen los especialistas. ¿Y a qué se deberá esa reticencia a utilizarla? ¿Tal vez a ese pudor y miedo al ridículo tan nuestro, tan grabado en el ADN patrio desde los tiempos de las pinturas rupestres de Altamira o más allá? Ponte la capucha, protégete la cabecita y, de paso, procura que tus ideas tengan el suficiente calorcito como para eclosionar y hasta florecer. ¡Usa tu potencial!

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