
Los cables tienen un destino incierto en la era digital: les aguarda su próxima desaparición inminente en aras de las redes inalámbricas, las impronunciables siglas del wifi que lo copan todo. Todos los aparatos que nos rodean estarán conectados en el futuro sin cable alguno, como por arte de magia. Aunque tampoco es tanta la modernidad: a lo largo de nuestra existencia estamos rodeados de conexiones inalámbricas -de lazos invisibles, en suma- a las personas, a los lugares, a las cosas. Como las reses que tienen querencia por un sitio concreto para abrevar, para reposar, para aparearse, para dormir, mientras miran por la noche al firmamento, con el que también tenemos eslabones invisibles, así somos también los humanos.