
Año tras año se repite la liturgia: guardar la agenda vieja, comprar una nueva; repasar el año que termina, aventurar cómo serán los doce meses -inmaculados- que se presentan por delante. El tiempo no espera por nadie, y mi deseo ante el nuevo 2010 es disponer del suficiente para gastarlo en procurar la felicidad de la gente que quiero. Decía López Aranguren -objeto de una exposición retrospectiva este 2009- que el tiempo se nos escapa «precisamente, paradójicamente, porque corremos tras él». Pues bien, mi deseo es que tengamos -yo y quienes lean estas líneas- tiempo para lo verdaderamente importante. En estos momentos en los que 2010 es ante todo un horizonte de posibilidades, zambullámonos en sus aguas -como el nadador del enigmático fresco de la colonia griega de Paestum (Italia), que parece arrojarse con entusiasmo a lo desconocido- y disfrutemos del porvenir. ¡Feliz Año Nuevo!