Carta a la condesa

Esperanza Aguirre
Esperanza Aguirre

«Estimada (¿?) condesa. No parece propio en alguien de tan alta cuna como usted expresarse como si fuera de tan baja cama, usando improperios tan bastos para alguien de su categoría: el hijoputa. A fin de enriquecer su catálogo de insultos, para cuando tenga otro micrófono abierto y quiera despacharse a gusto contra alguno de sus queridos compañeros de partido, ahí va una pequeña lista de palabrotas alternativa, de sabor más clásico, que modestamente creo que van mejor en boca de una dama de tan alta alcurnia como usted: bellaco, berzotas, chisgarabís, bobo, simplón, cantamañanas, mequetrefe, catacaldos, gazmoño, lameculos, tiralevitas, marisabidillo, mercachifle, pitiminí, alfeñique, zascandil, malparido, lerdo, tarugo, zopenco, pazguato, majadero, papanatas, gaznápiro, lelo. Y como usted habla a las mil maravillas la lengua de la Pérfida Albión, someto a su consideración, como Dama del Imperio Británico que también es, algunas gruesas invectivas en ese idioma: motherfucker, dickhead, son of a bitch, jerk, asshole, bastard, jackass. Permaneceré atento a la pantalla para ver si sigue estas recomendaciones lingüísticas. Ya me despido. Ni suyo, ni afectísimo. De nada.»

Metáfora del bizcocho

Bizcocho
Bizcocho

Hay una receta clásica que sale muy buena para el bizcocho, la 3-2-1. Los números marcan las proporciones de los ingredientes. Se coge un yogur de limón, se vacía, y este mismo envase se emplea para determinar las cantidades: tres envases de harina, dos de azúcar, uno de aceite, y el yogur, claro. Para rematar la masa se agregan cuatro huevos y levadura. Se bate todo muy bien, se hornea unos cuarenta minutos a 180 grados y ¡albricias! consigue usted un bollo jugoso y exquisito, ideal para desayunos y meriendas. En toda esta receta hay un ingrediente básico: la levadura; sin ella, sería un mazacote indigerible que nos machacaría el epigastrio. Bien: pues el Estado de Bienestar viene a ser algo parecido. En este caso, la levadura es el esfuerzo de todos los ciudadan@s por aportar recursos a la caja común -léase impuestos-, que, bien gestionados, permiten luego que el bizcocho suba, crezca y nos alimente en forma de educación, sanidad, cultura, pensiones, infraestructuras … El problema radica en que, a estas alturas, haya todavía gente que no crea en la importancia de pagar impuestos, de aportar su granito de levadura. De ahí la relevancia de ideas como la de la Junta de Andalucía, con el objetivo de que los pacientes sepan lo que cuesta su tratamiento médico, de que sean conscientes de que sin sus impuestos no sería posible esa atención. Porque este bollo lo debemos cocinar entre todos, ya que luego todos queremos comer de él. Y porque para asegurar el futuro hay que seguir echándole levadura. De lo contrario, en el plato sólo habrá un mazacote y unas migajas que no alimentarán a nadie.

Historia de una gárgola

Gárgola
Gárgola

«No es mala cosa ser una gárgola en esta catedral. Es mi castigo y, al tiempo, mi satisfacción. En otra vida anterior, yo era una persona tóxica, siempre echando mierda sobre mis vecinos, difamándoles y calumniándoles. Y el tiempo, que acaba poniendo a cada uno en su lugar, me impuso una merecida condena. Al reencarnarme me convirtió en lo que ven: un ser terrorífico en la distancia corta, encaramado en esta cornisa. Después de ¿cuatrocientos años? aquí, me gusta derramar agua sobre los transeúntes de la hermosa flor de piedra que es esta villa. Tengo el honor, reconocido en una medalla de granito que me prendieron sobre el pecho, de ser la primera gárgola de los tejados del burgo que avista el nacimiento del sol. Agradezco sus rayos tempraneros, que calientan esta piel de piedra mía. Y luego veo con tristeza su marcha hasta el día siguiente. En invierno, el agua del día se convierte en hielo por la noche, y me arruga el rostro todavía más. Tales son los hitos de mi vida, en la que disfruto posando para las cámaras de turistas como usted, que me inmortalizó para siempre, al menos para otros cuatrocientos años más.»