
Qué estampa tan dichosa la de ver a los niños y niñas subidos en alguno de los tiovivos que estos días de fin de año se instalan en las plazas de la ciudad, pasándoselo en grande dando vueltas sin parar una y otra vez, en una felicidad infinita. La diversión de rodar por rodar en el carrusel, que en inglés se llama, con acierto, merry-go-round (algo así como «la alegría da la vuelta», en una traducción libre). ¿Anidará en alguna parte de nuestro ADN esta querencia por los centrifugados? Luego crecemos, pero nos sigue gustando el movimiento, el viaje, la búsqueda de algo distinto, de pastos que tengan diferente verdor: no en vano somos una especie trashumante.