
Le escribo a mi madre en este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. A ella, nacida en plena Guerra Civil, de extracción humilde, privada de instrucción, obligada a trabajar desde que apenas levantaba un palmo del suelo, desposeída de sus derechos por la sociedad machista y patriarcal consustancial a la dictadura franquista. A ella, con su vida consagrada a criar a sus hijos, yo y mis hermanos, con un amor infinito y un único deseo: «Que seáis felices». La España contemporánea tiene una deuda incalculable con ella y con sus compañeras de generación, que sostuvieron el país sobre sus hombros durante decenios, sin apenas recibir nada a cambio. Mucho se ha avanzado hacia una sociedad más igualitaria entre hombres y mujeres, pese a que aún pervivan desigualdades, y en ese avance ha sido clave el impulso del movimiento feminista, tan vilipendiado por la caverna. Pero quedan trechos por recorrer en ese camino: en inserción e igualdad laborales, en el combate contra el machismo criminal que nos corroe las entrañas… Se va avanzando, y -con todas sus deficiencias- la sociedad en la que vive su nieta, Estrella, mi hija, es radicalmente distinta -por fortuna- a la triste y sombría España que vio y sufrió en su infancia mi madre, Felicitas. Te quiero, mamá.