
Le escribo a mi madre en este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. A ella, nacida en plena Guerra Civil, de extracción humilde, privada de instrucción, obligada a trabajar desde que apenas levantaba un palmo del suelo, desposeída de sus derechos por la sociedad machista y patriarcal consustancial a la dictadura franquista. A ella, con su vida consagrada a criar a sus hijos, yo y mis hermanos, con un amor infinito y un único deseo: «Que seáis felices». La España contemporánea tiene una deuda incalculable con ella y con sus compañeras de generación, que sostuvieron el país sobre sus hombros durante decenios, sin apenas recibir nada a cambio. Mucho se ha avanzado hacia una sociedad más igualitaria entre hombres y mujeres, pese a que aún pervivan desigualdades, y en ese avance ha sido clave el impulso del movimiento feminista, tan vilipendiado por la caverna. Pero quedan trechos por recorrer en ese camino: en inserción e igualdad laborales, en el combate contra el machismo criminal que nos corroe las entrañas… Se va avanzando, y -con todas sus deficiencias- la sociedad en la que vive su nieta, Estrella, mi hija, es radicalmente distinta -por fortuna- a la triste y sombría España que vio y sufrió en su infancia mi madre, Felicitas. Te quiero, mamá.
Pues sí, conozco muchas personas con ese pasado. Todavía se puede localizar a muchos ciudadanos/as sin instrucción de ningún tipo, nacidos durante y después de la guerra; una lacra que nos recuerda el triste y doloroso pasado de este país de cainitas. Es cierto que los tiempos han cambiado, y para bien, pero nos queda tanto, tanto, que el camino por recorrer es enorme. Ojalá las generaciones de la edad de tu hija, y los que vengan, encuentren un camino trillado y con el futuro despejado. En eso estamos. Si nos dejan, claro.
Me conmueves, como siempre.
Hablamos de una abuela y una nieta, tampoco ha pasado mucho tiempo desde que nacieran una y otra. Ojalá sigamos avanzando tanto y que las nietas de Estrella por fin puedan hablar de igualdad
No he podido más que recordar a mi madre cuando he leído esta carta. Hace dos años que ya no tengo la oportunidad de achucharla, hablarla, cantarla o regalarla unas flores, aunque cuando cierro los ojos, todavía la veo cuidándome y riendo con nosotros. Ella crió a 4 hijos. Sus ultimos seis meses, con un cáncer que la comía las entrañas con tan sólo 66 años pudo ver a sus dos hijos pequeños casados y felices. Su última preocupación, que su hijo mayor consiguiera una casa. Era tan fuerte el deseo de que sus hijos fueran felices, que también tuvo la oportunidad de verlo. A los 12 años la pusieron a trabajar, siendo la mente más privilegiada de 8 hermanos. Era mi madre la que leía el periódico todos los días después de una jornada de trabajo que comenzaba cuando nos levantábamos y terminaba cuando el último de nosotros se iba a la cama.
Tengo una hija que tan sólo pudo disfrutar dos años de ella, pero que muchas noches me dice que la estrella que más brilla es la abuela Asun. Siempre estuve con ella, nunca se me olvidó un detalle para ella cuando era motivo para ello. Hoy tengo el deber de enseñar a mi hija que su madre y yo tenemos los mismos derechos y los mismos deberes. Si ella lo vive, así lo entenderá. Eso se lo debo a mi madre y a la madre de mi hija.
Gracias mamá, gracias Concha, gracias Alejandra; os debo lo que soy.