
La historia de Roger Casement que describe Mario Vargas Llosa en su última novela, El sueño del celta (Alfaguara, 2010), es el relato del ansia de libertad que debería impulsar a todo ser humano. Casement (Sandycove, Irlanda, 1864 – Londres, UK, 1916) llevó una vida intensa y poliédrica. Como cónsul británico, se hizo famoso por la valentía de los informes que escribió para denunciar la barbarie occidental en la salvaje explotación de los nativos del Congo y del Putumayo (Perú). Fue uno de los europeos pioneros en denunciar la maldad del colonialismo y en reivindicar los derechos humanos de cualquier persona. Ese afán de denuncia le llevó a militar activamente en la causa del nacionalismo irlandés, hasta el punto de buscar el apoyo de Alemania para los independentistas del Eire. Esto último fue lo que le condujo a la justicia británcia, que le mandó ejecutar y le convirtió así en un héroe para los revolucionarios irlandeses. Casement conoció lo peor y lo mejor del alma humana, y él mismo sufrió intensamente, como revela esta gran novela de Vargas Llosa, por su condición homosexual. Casement murió por liberar a los demás y posiblemente él nunca se liberó a sí mismo. Como escribe el Nobel peruano, «un héroe y un mártir no es un prototipo abstracto ni un dechado de perfecciones sino un ser humano, hecho de contradicciones y contrastes, debilidades y grandezas (…)». Fue un hombre valiente y arrojado, y atormentado también, que pretendía serrar los barrotes que veía en otras vidas y que acabaron con la suya propia.