
Los vampiros están de moda. Se ven por doquier en marquesinas de autobús, series de televisión, estrenos cinematográficos y superventas de librerías. Modas aparte, es cierto que, sin que España sea Transilvania, algo de gusto por la sangre ajena tenemos. Desde los cruentos enfrentamientos civiles que desgraciadamente en el pasado han teñido de rojo la piel de toro, hasta la gastronomía (qué haríamos sin las morcillas presentes en tantos fogones regionales, o las antaño tan frecuentes tapas de sangre de los bares), a los ibéricos nos va la hemoglobina. ¿Sabes, Faktuna?: hasta mi hija pequeña, con la que comparto algún colmillo afilado, me lo dice sonriendo: «Papi, somos vampiros».
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