
«Se presenta Cleofás Cista, doctor; para servir a Dios y a usted. Necesito algún tratamiento. Vengo revirado, con la cabeza a vueltas, a punto de reventar por las costuras (y me disgustaría mucho mancharle este mobiliario tan fino con mis feos sesos). El problema es el siguiente. Durante los últimos años -antes de la crisis, claro- me hinché a pedir créditos, que ya sabe que hace un tiempo se daban con una alegría pasmosa: para un coche que apenas usaba, para un apartamento que visitaba dos veces al año, para cambiar de casa, para irme de vacaciones, para la comunión de los hijos… Un endeudamiento sin fin que me permitió levantar castillos en el aire con gran facilidad. ¿Y sabe qué me ha pasado ahora? Que vivo asfixiado, no puedo más, me falla el riego sanguíneo en el cerebro y encima mi mujer me ha pedido el divorcio, por insoportable. Ya ve, el castillo se me ha caído encima y los cascotes me han machacado el cráneo, generándome esta terrible migraña. Y, ¿de quién es la culpa de todo esto que me ocurre? Del maldito Gobierno, claro. ¿Alguna aspirina, entonces, o mejor me corta usted la cabeza y termina con mi mal? Póngame a los pies de su señora.»
Don Cleofás, le pagamos entre todos el ibuprofeno… a cambio de que no sea usted tan tarugo. ¡Magnífico post!