
«Me creía tan listo, doctora, que pensaba que las leyes físicas no me afectaban. Pero vaya si lo hacen. Mi cuerpo se enfría y se calienta con las altas y las bajas presiones. Y ahí no acaba todo (que hasta ahí sería normal). Sufro la inercia: la propiedad de los cuerpos de resistirse al cambio del movimiento, es decir, «la resistencia al efecto de una fuerza que se ejerce sobre ellos. Como consecuencia, un cuerpo conserva su estado de reposo o movimiento uniforme en línea recta si no hay una fuerza actuando sobre él». Así pasa que cuando hay un frenazo o un acelerón, yo tiendo a darme el hostión; no entiendo estas brusquedades. También en numerosas ocasiones, con repetida frecuencia en las últimas semanas, veo que mi cabeza está sometida a tensiones raras. Ocurre como cuando hago un cocido en la olla exprés, que luego tengo que poner bajo el chorro de agua fría para equilibrar las presiones del interior y del exterior antes de poder abrir la tapa, feliz acontecimiento que se anuncia con el silbido del aire penetrando en el interior de cacharro. Me bulle la cabeza y me pego duchas, con todos los garbanzos del interior alborotados, pero no acabo de ver una salida y la presión en el interior aumenta. Que se me va la olla, vaya, y mis motivos tengo. Doctora, ¿es grave?»
También sucede a los que gran cordura poseen, compañero