Carta a Paul Auster

Paul Auster
Paul Auster

«Estimado Paul Auster. Sus libros siempre me hacen pensar en los complejos vericuetos de la identidad humana, que usted con tanta maestría describe, y desde planos tan distintos. Creo recordar que es en su libro semibiográfico El Palacio de la Luna donde uno de los personajes habla de que en alguna parte, en algún lado, vive un tipo igual que él, o que yo, o que usted, que posiblemente se llame igual que usted, o que yo, y tenga el mismo rostro y quizá piense lo mismo. O piense totalmente distinto pese a ser en apariencia tan iguales. Un amigo me contó hace mucho, cuando éramos adolescentes, en la edad del dolor, la siguiente pesadilla: perseguía, entre brumas, a un individuo de aspecto fantasmagórico y enmascarado, por los pasillos en penumbra del colegio donde estudiaba; le atrapaba, caían rodando al suelo y mi amigo le acababa golpeando la cabeza con un melón, o una sandía; qué extraño desenlace. Al quitarle la máscara, descubrió que el tipo fantasmagórico, desvanecido, tenía su misma cara. Nuestro principal enemigo está en nuestro interior.»

La balsa de piedra

Balsa de piedra
Balsa de piedra

La estupenda idea de que España, ante la crisis de la nube volcánica, actuara como plataforma de vuelos transoceánicos que hiciera posible que los ciudadanos de otros países pudieran volar al menos hasta la piel de toro, para desde aquí retomar el viaje a su destino por otros medios, no hace sino confirmar el carácter de cruce de caminos de esta península que José Saramago describió como «balsa de piedra» en su libro homónimo. Nuestro país se construye sobre un armazón de mezclas de culturas y civilizaciones; así ha sido a lo largo de los siglos, y así debería seguir siendo. Somos el hogar de tantos pueblos que recorrieron Europa, que la galoparon y se detuvieron al topar con este finisterre en aquel tiempo, este fin del mundo del orbe entonces conocido. Y aquí se quedaron, y sus genes se entremezclaron y siguen galopando por nuestros cuerpos: para comprobarlo sólo hace falta salir a la calle para reparar en la variedad de nuestros rostros. Somos grandes en nuestra diversidad, una -sin duda- de nuestras riquezas.

Desde el jergón

Judy Garland
Judy Garland

«Desde el jergón, con fiebre y con dolor, doctora, me imagino una delirante versión de El Mago de Oz. Veo a Mariano Rajoy transformado en Judy Garland, con trenzas y zapatos de rubí, cantando Over the rainbow, pero en una versión más acorde para su persona: Over los chuches. Y en su viaje por el camino de baldosas amarillas (aquí también cambia el color original por otro más bien caqui, o caca) no acompañan a Rajoy un león cobarde, un espantapájaros sin cerebro y un hombre de hojalata sin corazón, no. Sus amiguitos son un tal Bárcenas, otro llamado Bigotes y un tercero, el tal Correa, todos muy listos, con la mente muy rápida y las manos muy dispuestas para agarrar lo que sea, los tres brincando y trincando. Es una versión de pesadilla, que me hace sufrir, con lo que a mí me gusta esta obra (la original de L. Frank Baum, llevada al cine en 1939). ¿Me queda mucho de fiebre? Por cierto, doctora, que de esta obra ya clásica se pudo ver hasta el pasado día 18 una estupenda versión en formato musical -para pequeños, pero también para grandes- en el teatro Príncipe Gran Vía, de Madrid, bajo el título El Mago de Oz: El Musical; si la reponen en alguna sala, no dude en ir a verla con la parentela. Sin Rajoy, claro (aunque eso ya va en gustos). Vuelvo al jergón.»