La mala educación

Sonrisa
Sonrisa

Hay rostros -rostros duros, caraduras- que temen cuartearse si sonríen al prójimo o simplemente le dicen hola o buenos días. Rostros -rostros duros, caraduras- que nunca dan las gracias por algo, o que miran hacia otro lado si una embarazada entra en el metro: no van a levantarse ellos a ceder su asiento, con la vida tan dura que llevan. Rostros -rostros duros, caraduras- que nunca reconocen el esfuerzo ajeno. Qué lástima. Qué pobreza de alma. Qué mala educación, que se expande como una plaga en la sociedad occidental de nuestro tiempo. Nos hemos vuelto más deshumanizados, y la renuncia a unos principios básicos de educación -que empieza por el mínimo respeto a tu prójimo- es una de las principales señas de esta realidad. A esos rostros duros, caraduras, hay que pedirles un poco de empatía con sus semejantes, aunque ya sepamos que ellos están por encima de estas debilidades y no sienten por qué tienen que saludar, dar las gracias, reconocer el esfuerzo ajeno o ceder el asiento del metro a una embarazada, no vaya a ser que les salgan arrugas en las comisuras de los labios, además de las que sin duda ya tienen en el alma.

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