
La crisis golpea con especial crudeza a los medios de comunicación, y muy especialmente a la prensa escrita. En el caso de los periódicos, su delicada situación económica se complica por un replanteamiento del modelo de negocio que se necesita para sobrevivir, a cuenta de la revolución que ha supuesto Internet. ¿Seguirán existiendo periódicos en papel dentro de unos pocos lustros? ¿Cómo serán los medios que consultarán nuestros nietos? Es un interrogante. Pero lo que siempre serán necesarios serán periodistas que separen el grano de la paja, que nos desbrocen la actualidad entre los ramajes de la jungla, que filtren y contrasten la información, que respeten unos mínimos códigos éticos y profesionales; que nos ofrezcan un producto de calidad. Que hagan, en suma, buen periodismo y combatan el rumor, la crispación y el insulto que tanto se estilan. Profesionales, a la postre, que sean humildes y pequeños historiadores de lo cotidiano, como gustaba de decir un viejo compañero de este digno oficio. Sobre estas cuestiones reflexionaba este jueves, en El País, José Luis Barbería, que firmaba un interesante artículo, Elogio del periodista. De lo contrario, la comunicación en la aldea global se irá pareciendo cada vez más a un gallinero lleno de gritos y voces, de un ruido ensordecedor para nuestros nietos.
Creo que el buen periodista nunca morirá. El gallinero coexistirá con el buen periodismo. El problema reside en inculcar a las nuevas generaciones el interés por la cultura periodística, ya sea en la red o en el papel impreso.