
El camino evolutivo del ser humano es un no retorno desde el árbol a la tierra, desde la caverna al mundo exterior. Descendimos de las ramas, hace millones de años, en África; salimos de las grutas que pintaban nuestros ancestros hace otros miles de años en el norte de España y en otros tantos lugares. Son noticia estos días las cuevas de Altamira, pintadas en el Paleolítico Superior, ahora que se plantea la posibilidad de que unos pocos afortunados puedan volver a ver una de las grutas que habitamos, cerradas a cal y canto durante los últimos tiempos para preservarlas de cara a futuras generaciones. Es una decisión polémica, no obstante, porque está en juego la conservación de un bien tan preciado y el ser humano ya sabemos que exhala unas partículas destructivas. De ella sólo se podían ver algunas reproducciones, una in situ allá en su museo de Santillana del Mar; otra aquí en Madrid, en el jardín de Museo Arqueológico Nacional. Volver a las tinieblas y deslumbrarse de golpe con los trazos y las formas de la fauna prehistórica, retornar al genio creativo del ser humano que nos permitió avanzar, aunque todavía pervivan gentes que parece que no se hayan bajado del árbol.