
«Ahora que estoy mayor y se me caen las plumas, queridos hijos míos, os voy a contar un cuento, de cuando esta bandada la formábamos jóvenes frescos y dispuestos, con nuestras plumas recién estrenadas. Éramos tan felices, hasta que apareció él y algunos le designaron jefe, con esa mirada aviesa y esa pelusilla sobre el pico. Y todo el día pegando graznidos, y abrocando al personal, y haciendo de la mentira su práctica cotidiana. Le dimos boleto hace muuuucho tiempo, pero él se empeñó en seguir pontificando y difamando si hacía falta, y de cuando en cuando aparecía de golpe en los telediarios, aunque cuando lo hacía yo cambiaba de inmediato el canal para que no se os atragantara el filete ruso del susto. No sé por dónde volará ahora, si le habrán acogido en alguna casa de aves cansinas o habrá pasado a mejor vida, envenenado con su bilis. Qué ánsar tan pesado era aquel, queridos míos.»
Amén, hermano Monstruo