
El origen del chorizo se sitúa en el feliz matrimonio entre las tripas rellenas de carne curada de cerdo que se estilaban en esta piel de toro desde tiempos inmemoriales con el sabroso pimentón que llegó de América. Debían de correr los siglos XVI-XVII cuando se produjo aquel encuentro, según narra el estudioso de la gastronomía patria Néstor Luján en su célebre tratado Como piñones mondados. Cuento de cuentos de gastronomía (Barcelona: Círculo de Lectores, 1996). Es curioso, no obstante, que esta palabra que nos hace la boca agua se comenzara a aplicar a aquellos que practican el hurto y la rapiña. Parece ser, dice Luján y avala la Real Academia de la Lengua, que el término chorizo usado en este segundo caso proviene del caló «chori» («ladrón»), que se amplió en una sílaba por semejanza con el nombre del rico embutido, y por desconocimiento a su vez del lenguaje gitano. Choris y chorizos haylos bastante. Los chorizos son muy frecuentes en nuestra gastronomía para su empleo en crudo o guisados. Pululan también otros choris embutidos en caros trajes, y muy indigestos: sólo hay que sumergirse en alguna parte del sumario del caso Gürtel, la mayor red de corrupción de la historia democrática de España, para salir rojo de pimentón y de bochorno por la industria chacinera que sentó sus reales junto a la madrileña calle de Génova.
No entiendes nada… perdón. De todos es conocido que en la comunidad valenciana no es de tradición hacer chorizos, sino salchichas y morcillas que se consumen en el tradicional e imprescindible «almuerzo» que se realiza por ricos y pobres en toda la comunidad. Lo que el señor Correa, Bárcenas, Camps y compañía han intentado, y logrado, es enriquecer la culinaria levantina haciendo aparecer una riqueza hasta estas fechas desconocida, la riqueza en chorizos en estas tierras: tanto chorizo ha habido que por las vías del AVE, todavía no terminadas, han llegado los chorizos a la estación de Atocha… y a sus inmediaciones.